Caballo andaluz y burro manchego
La vida de los embajadores cuando están en uso de sus funciones, no suele ser el lecho de rosas que el común de la gente cree, aunque hay quienes piensan que van a pasarla bueno por cuenta del erario. Naturalmente es un encargo de gran responsabilidad pues quienes son enviados como tales, representan a Colombia y a su Gobierno ante países amigos, con los cuales se mantienen relaciones y eso desde luego significa obligaciones que tienen que ver hasta con el comportamiento personal. Las cartas credenciales que manda el Presidente de Colombia al Jefe de Gobierno del país al cual es enviada una persona tienen una redacción de gran altura y que significa un compromiso muy serio de quien es presentado. Le dice el Presidente de Colombia al Jefe de Gobierno ante el cual es acreditado el embajador en alguno de sus párrafos, refiriéndose a quien es designado; “… a quien ruego dar entera fe y crédito a cuanto él diga en nombre de Colombia y su Gobierno…”. En otras palabras la medida de lo que se diga tiene un gran significado para las relaciones entre los dos países. Los embajadores son unos mensajeros de muy alto nivel que solo están autorizados para decir oficialmente lo que el Gobierno que representan les autoriza para que digan. Lo cierto es que la vida en esos niveles de representación está muy reglada y hasta el gesto puede ser interpretado en una u otra forma.
El rigor de la vida en la comunidad diplomática tiene una cierta similitud con las normas de la vida militar. El orden de precedencia es muy riguroso. En los países católicos el decano del cuerpo diplomático es el Nuncio de Su Santidad y en los que no lo son le corresponde la decanatura al más antiguo. Y de ahí en adelante el orden de precedencia está dado por la fecha de la presentación de credenciales, orden que cuando se comete el error de no respetar, es señalado como inadmisible.
Nuestra Santa Madre Iglesia aplica un gran rigor para sus relaciones internas no solamente en su organización de cardenales, obispos, dignatarios de ella y fieles, sino que éste se extiende a quienes forman parte del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. De ahí que nuestros embajadores ante el Santo Padre hayan sido personas de la más alta alcurnia intelectual, política y social con amplia experiencia en estos ajetreos, cuya primera obligación es la lealtad para con quien representan. Y como en la milicia el general que se retira del servicio no deja de ser general sino que sigue siéndolo en uso de buen retiro, quien ha sido embajador continúa siéndolo aunque esté retirado. De ahí que las responsabilidades para con su país, especialmente la lealtad, no cesan con su retiro sino que se mantienen.
Me han surgido estas reflexiones a propósito de la salida del embajador Velásquez, a quien reemplaza Cardona, a cuya actitud se le puede aplicar el dicho español que se explica por sí mismo: “salida de caballo andaluz, llegada de burro manchego”.