ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Agosto de 2011

¿Y entonces quién?


“Es, sobre todo, una profunda crisis de liderazgo político y moral”  


DECÍA  alguna vez Henry Kissinger que una de las principales lecciones aprendidas a lo largo de su intensa carrera en la política mundial, era que en buena medida son los líderes políticos -sus personalidades, sus visiones del mundo, sus afinidades y antipatías, sus talentos y sus taras- los que determinan el curso de la historia, tanto como los factores materiales (relacionados con las fuentes y la distribución de la riqueza, la población y el poder militar), y la fuerza de las ideas y los valores (como ocurrió con la democratización de América Latina en la década de los 90).


Kissinger no suscribía con esto una interpretación de la historia (y la política) en los términos de Carlyle, para quien ésta no es sino “la biografía de los grandes hombres”. Más bien, subrayaba el hecho inobjetable de que cada momento crucial de la humanidad ha sido el resultado también de decisiones (afortunadas o infaustas) tomadas por individuos concretos (unos más hábiles, más astutos, más sabios, mejor enterados, mejor rodeados que otros).


Esta reflexión resulta oportuna a propósito de los tiempos corrientes, tal como se viven, por ejemplo, en Europa. Lo que Europa padece en la actualidad no es sólo una crisis financiera que amenaza uno de los mayores logros de su proceso de integración. Ni tampoco una simple crisis política derivada del aparente “fracaso del Estado” frente a las expectativas de la sociedad y el descontrol del mercado. Ni las dos anteriores, agravadas por una crisis demográfica resultante del envejecimiento y la depopulación. Es también, y sobre todo, una profunda crisis de liderazgo político y moral.


En efecto, ni Sarkozy, ni Merkel, ni Cameron, ni el melifluo Zapatero o el libidinoso Berlusconi -por no hablar del “caballero inexistente” que es el gobierno belga- entre otros, son capaces de inspirar hoy a sus sociedades la menor esperanza sobre el futuro, ni mucho menos, de recabar de ellas los sacrificios y esfuerzos necesarios para sortear las actuales turbulencias.  ¡Cuánta distancia los separa de Mitterrand, de Adenauer, de Thatcher, e incluso de González!


¿Y entonces quién? Tiempos extraordinarios requieren líderes extraordinarios. No se trata de encontrar un mesías (esa medicina suele ser peor que la misma enfermedad).  Pero sí de dignificar la política y devolverle su capacidad para inspirar, para convocar, para generar confianza y dar esperanza a una sociedad que se siente a la deriva.


(Paradoja biográfica Carlyle vivió casi toda su vida bajo el imperio de una mujer, Victoria de Inglaterra)  
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales