Don Tomás Cipriano de Mosquera -nació en Popayán el 26 de septiembre de 1798 y murió en la Hacienda de Coconuco, de la misma ciudad, el 7 de octubre de 1878- fue el hombre de la vindicta. Jamás perdonó. El que se la hacía, se la pagaba. Se sostuvo de él que era capaz de levantarse de la tumba. Todos sus biógrafos relatan multitud de anécdotas de sus cóleras. A ese hombre, tan envanecido y soberbio, no había manera de aplacarlo. Se enfrentó ruidosamente con su propio hermano, con su sobrino Julio Arboleda, con liberales y conservadores, con sacerdotes y hasta con el mismo Papa. Pio IX, cuentan varios, llegó a afirmar: “Mosquera camina a grandes pasos hacia el infierno”.
Julio H. Palacio sostiene que, ante su hija, doña Amalia de Herrán, en cuya casa se alojaba, después de su fulminante marcha de Popayán a Bogotá, cuando ella fue a pedir clemencia para los que aparecían como asesinos de Obando. Y a los que Mosquera había mandado fusilar, hizo una escena de cólera terrible: dando ante la dama, un formidable golpe sobre la mesa de su despacho, exclamó, dirigiéndose a sus edecanes: “Vayan a buscarme hospedaje en donde no me cobren con exigencias indebidas los servicios que me prestan”. Don Miguel Samper presenciaba la escena y se permitió intervenir: “General, le dijo, esos caballeros tienen derecho a que se les oiga en juicio”. Y Mosquera, altanero: “Yo no soy un pobre juez que administra justicia en un juzgado, sino un General victorioso, que aplica el derecho de gentes…Se dice que el General Mosquera visitó a Tenerani, cuando hacia la gran escultura sobre el Libertador. Como tenía dudas acerca de cómo era la frente de Bolívar, interrogó sobre este punto a Mosquera, y el General contestó velozmente: “No se preocupe. Es como la mía”.
Mosquera hizo un convenio con Ferguson: el primero que deje de existir, le contara al otro, si hay, eternidad.
Un representante injurió atrozmente a Mosquera. Le dijo: “Usted es un tránsfuga. Varias veces ha sido Liberal, o Conservador, según las conveniencias… “Mosquera se irguió arrogante y rugió: Usted se equivoca. Yo soy un “estadista” y son los partidos los que me han utilizado cuando han querido rodearse de gloria en el poder.
Cuando el General Posada Gutiérrez publicó el primer tomo de sus memorias. Mosquera se preocupó muchísimo por todo lo que se pudiera decir de él en el volumen segundo. Visitó con gran astucia al historiador. Lo trató con espíritu cordial. Cuando al fin se despidió Mosquera, los presentes comentaron. ¿De cuándo acá ha vuelto a ser su amigo “Mascachochas”? Y el viejo investigador, que conocía a Mosquera hasta los huesos, rezongo: “miedo al segundo tomo”.
Mosquera en París visitó a un sastre: “Vengo a que me haga un uniforme para un General colombiano” El sastre contesta: ¿Cómo es el uniforme de un General colombiano? Mosquera le responde: “Como el de un mariscal de Francia”.