Viajé buscando nuevos parajes para silenciar mi mente del exceso de ruido ensordecedor que produce la avalancha de información catastrófica, desencadenada por la realidad política colombiana. Quise silenciar también mis pensamientos estáticos, recurrentes, unidireccionales y posiblemente equívocos sobre las personas y las cosas de mi pequeño mundo, que tiendo a confundir con el todo.
¿Por qué viajar para silenciar la mente? ¿No sería suficiente con permanecer inmóvil en el mismo sitio y meditar? A veces no es suficiente. La mente necesita ser sorprendida con el movimiento, con emociones nuevas, de esas que estremecen todo el ser y la dejan fuera de lugar. Emociones que la preceden, la sorprenden y la silencian, como las que provoca la naturaleza.
Los sentidos se anticipan por el anuncio del corazón y la mente sólo puede enmudecer ante la belleza real de un atardecer rojizo, el ruido del mar embravecido propagado por la brisa o al contemplar al rey sol atrapado en la red que teje pacientemente una telaraña.
Escribo inmersa en el estruendoso silencio del mar en una playa de Las Palmas, de Gran Canaria. Hasta aquí vine a buscarme, a lavar con sal mis heridas y al caminar he ido encontrando pedacitos de mi alma. Hasta le sonrío al miedo que acostumbra salir a mi paso. Ahora le permito acompañarme, pero ya no le cedo el espacio, pues estoy viajando a bordo de mi misma.
También he encontrado entrañables compañeros de viaje, como el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Recuerdo la expresión de asombro de la vendedora de libros del Corte Inglés, al observar mi dicha: "nunca había visto a alguien tan feliz al encontrar un libro". De él me estremece su sensibilidad ante la belleza: "Yo pienso y escribo rodeado de flores… Mis flores me protegen. Sin flores no puedo pensar… me esfuerzo muchísimo en conseguir que también mi pensamiento huela a flores. En ellas está la verdad. Voy a revelarles cuál es mi segundo nombre: acónito de invierno, una planta que atrae a las abejas y a las mariposas en las primaveras gélidas".
Revivo por instantes mi viaje por la entrañable Sevilla. Mientras caminaba a orillas del Guadalquivir, por el puente de Triana, resonaban en mi interior los versos de Antonio Machado. "Anoche cuando dormía soñé bendita ilusión que una colmena tenía dentro de mi corazón y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas blanca cera y dulce miel".
Y aunque según Byung-Chul Han "la hipercomunicación, el ruido de la comunicación digital desacraliza, profana el mundo porque nadie escucha y cada individuo se produce a sí mismo", lo cierto para mí, en este viaje interior, visitando parajes exteriores, es que el celular, como medio, también distrajo a mi mente. Tenerlo me dio seguridad y acompañamiento.
Lejos de "acentuar la soledad y el aislamiento", me permitió vivirme tan conectada a las montañas como a mis amigos. Tan vital en la contemplación de la naturaleza como en el compartir virtual de mis sentires y vibraciones más profundas, casi en oración. Afianzó una comunión espiritual, que no tenía nada que ver con los datos.