Mucha es la razón que asiste a monseñor Rubén Salazar, Cardenal Primado de Colombia, cuando opina que la próxima visita pontificia "nos ayudará a vencer la polarización" y "la confrontación política caníbal" en las que vive y se debate en la actualidad nuestro país.
En no pocas ocasiones esta columna se ha lamentado por la absoluta falta de diálogo civilizado entre una oposición encarnada por el uribismo y el Gobierno integrado por el santismo. Esta antropofagia, practicada a diario, sin altura ni compostura alguna, tanto por el presidente Juan Manuel Santos como por su visceral contradictor, el expresidente y senador, Álvaro Uribe, ha sido la principal responsable de no pocos de los problemas nacionales de actualidad y de la falta de ese mínimo y necesario entendimiento democrático para estabilizar las instituciones y poder garantizar su futuro.
Para los observadores desprevenidos de nuestro acontecer, la beligerancia y acritud con que se manejan las relaciones gobierno-oposición, parecería demostrar, de manera lastimosa, que las experiencias del Frente Nacional no han dejado impronta alguna en nuestro devenir republicano. Triste es reconocerlo, pero ni en los virulentos años del enfrentamiento liberal-conservador, en épocas pretéritas de ingrata recordación, se manejó una descalificación del adversario, como se está viendo en las presentes circunstancias.
El señor Uribe, cuyo primer gobierno reconstruyó las esperanzas de un Estado casi fallido, gusta de comportarse en no pocas oportunidades como "el gamín de barrio que soy" y de manera constante y recurrente "lava la ropa sucia" no sólo en casa sino tras las fronteras, sin importarle sus audiencias. En verdad es un espectáculo lamentable ver a un personaje de sus calidades morales e intelectuales perder la brújula y el sentido de las proporciones y convertirse en un pendenciero picapleitos. Sin razón ni provocación. Alguien podría disculparlo alegando que así ha sido toda su vida. Sin embargo él debería entender que medio país le sigue religiosa y fanáticamente.
Esto también debería ser válido para nuestro Presidente en ejercicio, quien debía ser ejemplo de ponderación y sindéresis para sus gobernados, máxime si ha sido galardonado con el premio Nobel de la Paz, por mínimo respeto con lo que esto significa. Desde luego no se trata de que bíblicamente siempre ponga "la otra mejilla", pero debe saber portarse y comportarse, siguiendo el ejemplo de su vicepresidente, el general de las mil batallas, que siempre las libró como altura y compostura. Es curioso siendo heredero del santismo más puro y habiendo sido enseñado desde su cuna a mantener su equilibrio emocional. Parece estar mal aconsejado y sería bueno y deseable que regresara a sus raíces familiares, de tan fina ponderación boyacense.
Para gozar de esa paz permanente que todos aheleamos debemos desarmar nuestros espíritus, actitud quizás más importante y duradera que hacer dejación de las armas terroristas.
Aclaración
El diablillo cibernético hizo de las suyas en nuestra pasada columna. Donde debía decir "Una Babel ingobernable...aterrorizada por delincuentes callejeros", consignó "un babel ingobernable. Atemorizada por decientes callejeros...".Mil perdones.