Por estas calendas tenemos muchos temas para tratar, como la frustración por los oídos sordos en el uso de la pólvora, los accidentes automovilísticos de diferente tipo, generados en imprevisiones e ingestión de bebidas embriagantes, la prudencia en las carreteras y los cuidados sobre la salud en vacaciones. Pero me atrae el hecho de cumplirse en esta fecha un mes del accidente aéreo de la empresa Lamia, en la Unión, Antioquia, donde como es de todos sabido, perdieron la vida setenta y una personas, en su mayoría miembros del equipo Chapecoense del Brasil, sembrando de luto y tristeza no solo esa región de Colombia, sino a todo el país que sintió como propia la perdida de estos admirados deportistas, plenos de ilusiones y juventud, que debieron ver truncados sus sueños, por cosas del destino.
Las rápidas investigaciones adelantadas por el gobierno de Bolivia, país correspondiente por pertenecerle la licencia de la empresa aérea, identifica como responsable a la aerolínea y sus propietarios, quedando pendientes las investigaciones adelantadas por las autoridades colombianas. Pero en esta oportunidad no se trata de buscar causantes; solo quiero rendir un tardío tributo a esa ciudad de Medellín, que junto con sus habitantes dieron una demostración de amistad, respeto, solidaridad y admiración por ese grupo, que con tanto entusiasmo esperaban enfrentar en el plano deportivo.
El emotivo acto marco un ritual sin antecedentes en la capital antioqueña, pues participaron miles de personas de diferentes niveles y condiciones, impulsadas por el dolor general que en sus habitantes produjo el fatídico accidente. Los asistentes desconocían la identidad de las víctimas pero hicieron propio el dolor de los allegados. Pasarán los años y este acto permanecerá en la retina, el recuerdo y los corazones de dos pueblos, los de Colombia y Brasil, que loaron a los medellinenses al verlos llorar como suyos todos los sacrificados en la Unión. No podemos permitir que esta fecha caiga en el olvido. Es costumbre de los antiqueños y propio de su estirpe perpetuar los momentos memorables, difíciles o tristes, ojalá las autoridades así como decretaron en su momento días de duelo, generen un hito recordatorio, hoy local, mañana nacional y con los años mundial, inmortalizando el día que en su estadio ¡Medellín entero lloró!.
Estos luctuosos hechos deben legar grandes enseñanzas especialmente para la seguridad aérea, porque altibajos en ese sentido conducen irremediablemente a consecuencias fatales, y precisamente en los últimos días hemos referenciado cierta incertidumbre en Bogotá, por una serie de informaciones que dan cuanta de riesgos en la operación, con interrupciones generadas en comunicaciones tierra aire, situación que prende alarmas tanto de la aeronáutica como de empresas y usuarios en general. Existirán argumentos o explicaciones que aclaren las circunstancias, sin embargo urge hacerlas conocer del país para tranquilidad general.