Al amanecer de un nuevo año, nos aproximamos a la mitad del asedio antidemocrático que ha representado el actual gobierno. A la gran mayoría de los colombianos nos queda claro que del Palacio de Nariño no podremos esperar más que derroche, corrupción, odio e injusticia. Aun así, al vivir en una república, podemos conservar algo de esperanza al saber que nos protegen las murallas que erigieron nuestros antepasados. Resonarán los cañones de la revolución en su búsqueda de centralizar el poder y pulverizar a la oposición, pero mientras estas cinco murallas conserven su integridad, habrá esperanza de una Colombia plenamente libre y próspera.
La primera de estas murallas son los gobiernos regionales, hoy más fortalecidos en su autonomía que nunca. En Bogotá, la alcaldía reafirmó su compromiso con el metro “que está contratado y avanza” contra las usurpaciones del poder ejecutivo. En Medellín y Cali comenzó la reconstrucción del civismo y la seguridad contra el oscuro legado de la política radical e incendiaria. En Cartagena y Barranquilla se vislumbran gobiernos comprometidos con el desarrollo y el turismo responsable, mientras que en Bucaramanga, la ciudad de los parques, se espera que el vicio y la delincuencia cedan paso a las familias en los espacios públicos. En casi todos los rincones del país, resuenan los libres acentos de una Antioquia que resiste para que Colombia se salve.
A nivel nacional, se erigen tres murallas más que debemos proteger celosamente. El poder judicial deberá seguir frenando cualquier intento de aprobar leyes de manera inconstitucional, de usurpar poderes de emergencia injustificados, o de apoderarse de los organismos de control y la fiscalía para así asegurar la impunidad. No podemos permitir una toma del Palacio de Justicia por parte del presidente.
Por su parte, el Banco de la República deberá seguir actuando con plena autonomía para controlar la inflación y mitigar las terribles consecuencias de nuestra actual incertidumbre económica, honrando así el legado de la Misión Kemmerer que nos dejó un país sin las hiperinflaciones de Venezuela, Argentina y tantos otros países latinoamericanos. Cualquier orden, petición, o sugerencia del presidente a nuestro banco central representa una amenaza despreciable a su autonomía indispensable.
Igual de sagrada debe ser la autonomía de la prensa, pues sin ella los ciudadanos oscilarían entre la oscura conformidad de la propaganda estatal y la abrumadora irracionalidad de las redes sociales. Debemos proteger a nuestros periodistas de cualquier intimidación y asegurarnos de que los medios estatales se dediquen a proveer información que complemente la labor periodística, no a deslegitimarla y usurpar sus funciones.
Finalmente, debemos robustecer la vocación democrática del Congreso, cuyos miembros tienen la capacidad de promover leyes que fortalezcan a las demás murallas y frenar las nefastas reformas que impulsa el presidente, así como la responsabilidad de juzgarlo y destituirlo por sus delitos. Es deber de todos seguir manifestando nuestra sincera y dedicada oposición tanto al gobierno como a la inacción de quienes permiten sus abusos, de manera que incluso los legisladores más oportunistas, motivados por consideraciones políticas personales, tendrán que actuar en defensa de quienes los eligieron.
El presente asedio no comenzó con la actual presidencia y seguramente no terminará cuando esta concluya. Los populismos autoritarios casi siempre reaccionan a la derrota con el rencor, el negacionismo y la violencia política, sobre todo después de haber saboreado las mieles del poder. Sin embargo, al fortalecer nuestras cinco murallas con la dedicación de un pueblo que lucha por su supervivencia, podremos resistir las ráfagas más terribles. Cesará la horrible noche.