La razón como medida está rota, se han caído los puntos cardinales. Queda la confusión como medida de las cosas, solo que ya no son cosas, estamos en un mundo digital y de meta verso. Los nativos digitales quedarán al mando del mundo, y este en cuanto a planeta está en agonía. Quienes tienen que lidiar con él, se han criado ajenos a él, en otra dimensión. Se toman selfies al lado de una vaca o de un árbol como algo exótico. Y en vano pretenden cuantificar una economía que daba por supuesto (y aun lo da) la regularidad de las estaciones y los flujos naturales como algo estable.
Las generaciones mayores partieron del preconcepto de que el futuro es un proyecto lineal de todo lo que ha sido antes. Sin decirlo, aún creen que el porvenir es un rehén del pasado. El planeta estable que destruyeron con esa necedad, ya ha pasado a ser el actor principal. A las nuevas generaciones, el planeta los está educando sin muchas consideraciones pedagógicas, con catástrofes. Y las generaciones pasadas y las actuales no hemos sido capaces de cambiarles la receta “progresista”. Incluso los que pretenden enfrentar o denunciar esas catástrofes naturales cada vez más recurrentes, cada vez más “normales”, suponen que alguna tecnología futura podrá suplir las labores del sol, del deshielo y las mareas. No conciben al homo consumidor y predador como el mayor peligro que en realidad existe para la vida planetaria.
No hay proyectos grandiosos, ni siquiera atisbos de una autocrítica seria, en los presupuestos mentales que desde hace tres siglos han ambientado la catástrofe. Y siguen creyendo que lo que se ve en las pantallas del mundo de deshielos, incendios, huracanes en invierno, desiertos crecientes, inundaciones, son alharacas de dementes apocalípticos.
Las reuniones de jefes de Estado, si tocan el asunto, terminan sin mayores avances. No están ellos para exigir una mayor continencia general, están más bien apuntalando las fuerzas armadas de sus países. Poniendo a su servicio la tecnología de formas inéditas de destrucción masiva, reprimiendo a los Assange, los periodistas que denuncian esa trapacería. Por no mencionar la variante asiática de las autocracias que ignoran los derechos humanos producto de las principales religiones del mundo (esas memorias antiguas de la humanidad). Y fueron al fin adoptadas por algunos Estados como algo propio.
Creer que la tecnología puede suplir las consecuencias del libre albedrio, es convertir un medio en un fin. Y es esa una de las grandes falacias del que cree en un futuro prometido que no llegó sino como amenaza para todos, pero con cifras que demuestran su “progreso” pero no sus onerosos costos. Que no menciona la hipoteca ya quizá insalvable que pesa sobre el mundo de la naturaleza. En ultimas, la fe puesta en una facilidad que vendió la piel del oso antes de haberlo cazado.
La prodigiosa comunicación inmediata cae en una mentalidad de torre de Babel. Y como decía Azimov, “el futuro se ha vuelto muy extraño”.