Miguel Antonio Caro marmóreo, rígido, sin compasión y sin entrañas.
Recordaba a Carlo 12 de Suecia de quien se dijo: Si se examina a este Monarca, no se le encuentra una vena con sangre. Cuando lo derribó estrepitosamente, un brioso corcel en una batalla, gritó: “Dios mío”. ¿Olvidas todo lo que he hecho por ti?
Pero Miguel Antonio Caro fue fiel a su pensamiento: La historia no hay que padecerla, la historia hay que hacerla. Por eso aceptó hacer alianza heroica con Rafael Núñez, -era minoritario en su partido radical- con el propósito firme de convertir al conservatismo en “locomotora” que arrastra y conduce, y no es un pobre vagón de quinta categoría que utilizan y manipulan los oportunistas del momento. ¿Cómo negar que el glorioso conservatismo de Laureano, Ospina y Alzate en su mayoría, ha sido absorbido por Álvaro Uribe y se ha perdido en alianzas vergonzosas y heterogéneas de cuestionados empresitas electorales regionales y municipales? ¿A qué precio? A cambio de mediocres migajas burocráticas.
Bogotá tuvo cinco ganadores conservadores. Hoy no tiene uno solo. Cundinamarca, bastión azul, tiene uno o dos diputados. Según cuentas de expertos, tenemos menos del 50% del poderoso caudal azul. Con gran visión Andrés Pastrana hacerse elegir como alcalde de Bogotá. Con talento, Misael Pastrana -gran estratega- se hizo presidente; con ingeniería prodigiosa llevó a Belisario Betancur a la primera magistratura y perfiló con fortaleza a Andrés, para suceder a Ernesto Samper. Los conductores de raza logran imposibles. Tenemos tenientes, pero faltan mariscales.
Carlos Martínez Simahan, como nuestros políticos, ama el estrépito gusto de las letras de molde y se siente estimulado con los aplausos de los admiradores. Escribir y hablar para los líderes es una necesidad fisiológica. El que cultiva la “tribuna” se transforma en el púlpito y goza en los balcones. La palabra se convierte en una palanca maravillosa, que abre confines en el cielo inabarcable.
Cualquier orador es en esencia un gran emotivo, con una sensibilidad que le estimula la imaginación, abriéndole oportunidades envidiables.
En Colombia abundan los buenos oradores. Augusto Ramírez Moreno, José Camacho Carreño, Manuel Serrano Blanco, Laureano Gómez, Jorge Eliécer Gaitán.
De Demóstenes se afirmó que su elocuencia estremecedora era más temible que un ejército en pie de guerra.
El verbo de Cristo transformó al mundo. Con su palabra resucitó a Lázaro y paralizó la ira de los que querían pulverizar a María Magdalena, la adúltera.
Mirabeau con un soberbio discurso, inició el desplome de los reyes, quienes habían convencido a los pueblos de que gobernaban por “derecho divino”. El hito se hizo trizas.
El Maestro Valencia enalteció aún más a Laureano Gómez cuando expresó: “… Con el trueno de su voz sacudió las sordas oquedades del pecado y del abismo”.