Es un hecho que la crisis ética que vive el país por cuenta de muchos de sus líderes es insostenible. Durante décadas hemos tenido dirigentes que al llegar al poder han usado las instituciones para su beneficio personal. En uno de los últimos ejemplos, están los Pizano quienes murieron en extrañas circunstancias, solos, aislados y con profundo temor a las instituciones. En una realidad en la cual unos pocos abusan, para beneficio propio, del poder del Estado, la indignación que antes se desvanecía hoy tiene medios reales, y virtuales, de generar cambios.
Encontré en la historia unos informes de diplomáticos británicos de comienzos del siglo XX en Colombia con descripciones sobre los dirigentes de la joven república que parecieran escritas hoy: “gente que depende del gobierno para vivir y que busca estar bien con el partido (o facción) del gobierno, cualquiera que esté sea”. Así escribía el Foreing Office de Londres sobre el país en el año 1908. “Por lo que he visto, considero que los rangos inferiores, o sea la gran masa de la población, se adapta mejor a una Monarquía que a una República. Es tranquila, tratable, gusta de los espectáculos y la diversión; no tiene fuertes sentimientos de libertad o de igualdad y prefiere un superior que le aconseje y que sea más competente para juzgar qué conviene a sus intereses” (Reporte 1912 págs 9-10). Tal vez ese es aún nuestro problema, y es que actuamos como borregos agachando la cabeza al “patrón” que nos infla las narices y nos habla durito para que no reviremos. Pero resulta que si podemos reclamar. El poder de las redes sociales, de la inmediatez en la comunicación (la veraz) nos permite ahora tener discernimiento para saber qué dirigente público o privado miente, así no sea llamado al orden por las entidades de control.
En mi caso particular, si no hubiera sido por la fuerza de las voces anónimas (y que agradezco) que han reclamado justicia en el caso de posible corrupción del Sena que denuncié y que propinó mi despido, mi suerte y la de mi familia hubiera sido terminar arrinconada por ese poder que desbordado actúa en contra de las voces que protestan. La semana pasada empezaron a tener efecto las denuncias. Ya hay pliego de cargos en contra de la esposa de Alfonso Prada y de sus alfiles en la entidad que dirigió. Aún falta por esclarecer qué pasó con los dineros de las obras (cerca de un billón de pesos) y de otros enredos de alto turmequé que he denunciado.
La diferencia entre 1912 y el 2018 es que ahora los ciudadanos de a pie tenemos voz. Ya no hay solo un periódico y unos cuantos columnistas para sostener al “establecimiento” que se sigue negando a rehabilitarse.
En el año 1910 los reportes de la Foreing Office de Londres sentenciaron que “la historia de este país muestra una constante alternación ente la autocracia y la impotencia y no hay razón para pensar que su futuro diferirá de su pasado” (Reporte 1910 Pág 7). ¿Estaremos condenados? Yo sé que no, que la crisis en la que estamos es una gran oportunidad de crecimiento colectivo y que con el poder de la ética iremos desterrando a esos corruptos que se sienten como reyes y nos tratan como el pueblo sumiso que los británicos encontraron hace un siglo.