Cuando se posesionó Obama, hace ocho años, dictó orden ejecutiva cerrando la cárcel de tortura en Guantánamo Cuba. Con el apoyo de la Corte Constitucional que consideraba que ésta no respetaba el Derecho Constitucional, y sin embargo, esa deshonra sigue abierta. Ahora Trump, apoya la tortura y dicta medidas contra el libre comercio, veremos qué pasa en el Senado y en la Cámara. Lo cierto es que el pesado engranaje estatal no se mueve sólo por la voluntad presidencial.
La oposición contra Trump es notoria, en los gremios, en los sindicatos, en las calles, entre las minorías étnicas, y la mayoría de los votantes, los intelectuales y actores, en casi todos los medios artísticos. Él ha respondido, con prontitud, recorta las ayudas gubernamentales a las artes y a las humanidades, con lo que ahorra en ese rublo no alcanza a pagar lo que le costara al país sostener a su esposa que no desea habitar la Casa Blanca.
El tono plutocrático de su gabinete refleja una faceta sombría de la mentalidad estadounidense, la del individualismo por encima del bien común, la de la posesión del dinero como “ética”, la de erigir la codicia en virtud. La deificación de ese voluntarismo posesivo del “In God we trust” de sus billetes. Ese ánimo codicioso la ha llevado a la cima del poder mundial, ahora esa codicia cobra su precio, por cuanto no concibe al ser humano en simbiosis con el planeta, sino como su parasito. Y lo está consumiendo. Trata a la naturaleza como a un objeto, no como a un sujeto vivo. La sustitución del valor por el precio, hace que no sepamos cuánto le costará a la humanidad el predominio de esa mentalidad. Quizás sea el imperio más costoso del mundo, de la historia del planeta. Por lo pronto ese engranaje permite que ocho hombres tengan más dinero que la otra mitad de seres humanos del mundo. Las explicaciones sobran o son pretextos. Y ahora la plutocracia manejara sin intermediarios al gobierno.
Además del incuantificable daño planetario, el hedonismo del dinero ha facilitado a más de cuarenta millones de norteamericanos a satisfacer su adicción a doparse. Esa demanda ha producido casi un millón de muertos en los países productores, en los últimos setenta años. Y su política sigue siendo la de responsabilizar a terceros por su adicción. Con menos del 5% de la población del globo, consumen la mitad de los estupefacientes del planeta. Es una sociedad adicta. Esa faceta sombría ahora reina.