EL gesto de poner el dedo en la llaga, es de por si un acto de valor. La verdad es dura, primero para el que la averigua; después dura para quien la oye y, por último y de rechazo, dura para quien tiene el coraje de decirla. Ningún pueblo gusta oír verdades hirientes y desagradables.
No todos los periodistas han tenido la fuerza moral de señalar algunos males como Enrique Santos Calderón. En multitud de oportunidades importantes estuvo de acuerdo con el desacuerdo y en desacuerdo con el acuerdo. En estos casos en forma erguida argumentó, expuso sus tesis, así se le viniera el mundo encima.
Su apasionante libro: “El país que me tocó”, lo leí con cuidado, para tomar partido. Enrique Santos Calderón hace recordar la famosa sentencia de un pensador que sostenía: “La belleza en una mujer sin virtud, es como el talento en un hombre sin carácter, un elemento más de frustración”. Y el carácter de Enrique Santos es firme e inconmovible. Muchas de sus apreciaciones fueron esclarecedoras y luminosas. Pero como todo ser humano también fue cambiante y contradictorio. En su época de Alternativa se le llamo el “guerrillero del Chicó”. Después evoluciono y fue el “eje” del periódico El Tiempo, la tribuna más tradicionalista y la que más defiende los altísimos intereses de los privilegiados de Colombia. El que no es revolucionario antes de los 20 años no tiene corazón; el que sigue siendo revolucionario después de los 60 años, no tiene cerebro. ¿Este apotegma popular operó eficazmente en su fogosa inteligencia?
No solamente Enrique Santos Calderón, la inmensa mayoría de los valores del liberalismo, cuando se comenta el tema de la violencia, caen en el más ingenuo maniqueísmo. Los malos fueron los conservadores y los ángeles inofensivos fueron los liberales. Yo he sostenido en varios libros, uno sobre Gaitán, con excelente prólogo de Jaime Posada y apoyándome en Gerardo Molina y el mismo Germán Guzmán, “La Violencia en Colombia”, que hubo una “guerra civil no declarada” y lo demuestro documentalmente. Las fuerzas armadas fueron, en esa época, de 14.000 militares y lucharon contra 12.000 guerrilleros. Todas las guerras del mundo empiezan con gritos feroces y terminan ahogados en océanos de sangre. Y lo que es más doloroso, afirman los tratadistas, la más sacrificada e irrespetada en las confrontaciones es la verdad e imparcialidad.
Enrique Santos se le enfrentó a los grupos económicos más poderosos, combatió orientaciones políticos, fue implacable contra Ernesto Samper Pizano, -fuego cruzado-, se apartó de la disciplina de sus jefes con gran escándalo, se convirtió en vocero de los que no tienen voz, defendió causas perdidas, apoderó a gentes miserables y nadie fue más sádico contra los políticos corruptos.
Pensaba y sigue pensando que la mentira es oportunista; la verdad es profunda y le habla a la conciencia de un pueblo. En la vida de los países son pocos los que ofrecen, como el inglés: “sangre, sudor y lágrimas”.