“Factor clave para poder erradicar la corrupción”
Tantos actos de violencia de todo tipo que ha sufrido nuestro país, desde el siglo antepasado, han venido creando un clima de desconfianza en nuestras vidas y en nuestro entorno, que ha sido aprovechado por los enemigos de la convivencia nacional. La verdad es que nos hemos venido convirtiendo en un pueblo de “sangre caliente”, poco proclive a la tolerancia, que nos “emberracamos” con demasiada facilidad y permitimos que “se nos salte la chispa”, con más frecuencia de lo razonable.
Infortunadamente nuestra vida política se ha visto desde siempre comprometida con atávicas confrontaciones y nunca hemos aprendido las más elementales lecciones por el respeto al disenso y las ideas ajenas. Esto nos lleva a una guerra frontal y en muchas oportunidades a desconocer compromisos adquiridos y los acatamientos debidos.
Una lengua común y unas creencias religiosas, tibiamente compartidas, han servido para que se vayan solventando muchas de esas diferencias, si bien en cuestión de credos y fanatismo el denominador común ha sido el uso y el abuso de una dialéctica descalificadora. Propiamente no hemos sabido distinguirnos como una sociedad unificada en sus empeños y propósitos comunes.
Desde hace un tiempo hablar de “matoneo” se ha puesto de moda. Pues bien, entendiendo el término a la forma desconsiderada como tratamos de imponer nuestros puntos de vista, ese estilo de relacionarnos se percibe con demasiada frecuencia en muchos sectores y niveles.
Somos amigos eso sí, de aplicar diferentes modalidades de segregacionismo, a veces en forma sutil, pero también en ocasiones de manera burda y descarada. Desde luego es bueno aclarar que existen excepciones de almas bondadosas y corazones grandes y que somos una raza capaz de grandes sacrificios y dedicación a nobles causas. También sabemos ser solidarios y hasta compasivos. No todo está perdido. Hay lugar para la fe y la esperanza.
Para muestra un botón como solía decir la abuela. La misión de vida del lituano Antanas Mockus, con sus prédicas de saneamiento espiritual y convivencia ciudadana. Ese “no todo vale” es una hermosa directriz cuya observancia, individual y colectiva, debería proyectarse en un poderoso y formidable mandato ético y moral.
De habernos vuelto tan indiferentes a la suerte de los demás, ha sido una de las principales causas si no la fundamental de habernos hecho tan insensibles a la corrupción en todas sus manifestaciones sociales económicas y culturales. Es lamentable como la noticia cotidiana es el abuso de funcionarios de todos los pelambres y la falta de indignación general para castigar como es debido a esos corruptos a tal punto, que como una nueva peste negra, ese vandalismo moral, ha contagiado también al sector privado.
La crisis de los valores es muy grande, es muy grave, y es imposible de ocultar y matizar. Las razones son múltiples, la familia y el colegio han dejado de ser templos de enseñanza de buenas costumbres y de buenas prácticas. Esa ética, sobre todo la ética católica, que antaño nos enseñaron nuestros mayores, hoy no es materia de aprendizaje en los pensum y calendarios escolares, ni universitarios. El dinero fácil y los logros sin esfuerzo es la consigna. Hasta el punto que hoy con cinismo se sentencia “lo grave no es delinquir sino dejarse coger delinquiendo”.