Podemos tener muchas miradas sobre el mundo, tantas como seres humanos lo habitemos y desde perspectivas tan diferentes como las queramos. Lo interesante es que en cualquier momento podemos transformar esas visiones de la realidad por otras posibilitadoras de sentidos más afines con lo que vivimos cada día. ¡Claro que tenemos derecho a cambiar de forma de pensar, tantas veces como lo necesitemos! La clave del ejercicio radica en no traicionarnos a nosotros mismos, sernos fieles a todo aquello útil para nosotros y los otros.
Podemos tener miradas pesimistas sobre la vida: las razones saltan a la vista en los medios de información, las redes sociales y nuestro transcurrir diario. No se trata de soslayar lo que ocurre en cuanto a guerra, corrupción, manipulación y delincuencias de todo tipo entre humanos y con la naturaleza. De lo que se trata, creo yo, es de cómo apalancarnos en todo ello para cambiar nuestras percepciones y modificar nuestras acciones para transformarnos y transformar.
Si algo podemos rescatar del caos existente es que como humanidad no hemos aprendido del todo el asunto de cuidar. En ocasiones asumimos actitudes cuidadoras: dedicamos gran parte de nuestras vidas a otros, con el riesgo de dejarnos de últimos en nuestra lista de prioridades, de olvidarnos de nosotros mismos. Otras veces, solo pensamos en nuestras necesidades individuales y nos convertimos en vampiros que chupan lo mejor de los otros y de la Tierra. Eventualmente, logramos un balance armonizador del autocuidado con el cuidado de los demás. Este cuido integral es el que necesitamos fortalecer si queremos sobrevivir como especie. Aunque esto suene dramático, es de ese tamaño, pues por descuido podemos llegar a la autodestrucción.
Cada persona arrastra consigo historias de amor y desamor, las propias y las de sus ancestros. Cuando interactuamos con otro estamos cumpliendo una función de espejo, de reflejarnos en esa humanidad ajena, tan frágil y tan fuerte como la nuestra. Muchas veces ocurre que por pensar solo en nuestras necesidades o por defender una idea pasamos por encima de la humanidad del prójimo, le avasallamos creyéndonos poseedores de la verdad; no tenemos cuidado. Desde el otro lado, también podemos permitir el avasallamiento del otro sobre nosotros: tampoco ahí tenemos cuidado. Nos herimos, herimos, nos dejamos herir. Si no paramos esta espiral negativa terminaremos todos absorbidos por el vórtice del desdén, del daño.
Cada momento de la vida es una nueva oportunidad para darnos cuenta de ese descuido que generamos y cambiar la dinámica. Es parte de nuestra tarea común de aprendizaje. Algunas personas han perdido la fe en la humanidad y razones no les faltan. Yo sigo creyendo que como especie podemos darle un giro al destino, empezando con las acciones pequeñas de nuestra cotidianidad. Ciertamente es todo un reto pero, con todo y dificultades, cuidarnos y cuidar es siempre posible. Cuidar aquello que pensamos, sentimos, decimos y hacemos. Reparar lo que tengamos que restaurar, sin necesariamente esperar que el otro haga lo mismo... Mientras llegamos a reconocer que en realidad somos uno.