Para el próximo gobierno, el tema de las drogas ilícitas será supremamente sensible por múltiples razones y especialmente las grandes extensiones de cultivos ilícitos detectados en Colombia llamarán la atención de los futuros parlamentarios y presidentes, igual que la presidente Donald Trump, quién visitara en meses venideros nuestro país y seguro este será un asunto inevitable en las relaciones y el compromiso de los dos países.
Hay intereses internacionales por los posibles cambios, buscando aclarar por qué los gobiernos anteriores le han dado al control del consumo interno y la erradicación, en todas sus etapas y modalidades, un manejo reservado y muy prudente, pues si nos enfocamos en la erradicación tendremos que explicar el sentido de cada modalidad y los resultados poco halagüeños, donde el accionar de los narcotraficantes y demás organizaciones que se lucran del negocio de las drogas ilícitas se han encargado de obstaculizar el desarrollo del programa. Y, lo más importante, será necesario un estudio pormenorizado donde se consignen los errores, trabas y dificultades, que han impedido el éxito del un proyecto bien intencionado, que no me atrevo a evaluar por falta de información.
El otro frente, tan preocupante como el primero, es el consumo interno y aún más sin que tengamos una ilustración que nos revele cómo el país pasó de ser ruta de drogas ilícitas hacia el Norte y Europa, a convertirse en cultivador de coca y amapola, terminando en consumidor de estupefacientes. Dura pero inevitable realidad que debemos enfrentar. Seguramente al visitante del Norte poco o nada le interesara saber el nivel de consumo interno ni las formas como lo combatimos, pero si queremos mostrarnos comprometidos con toda la cadena de comercio, consumo o exportación, es necesario exponer medidas drásticas y serias hacia el combate a la compraventa y consumo interno de estas sustancias.
La legalización de la dosis mínima, que tanto le dificulta a la policía enfrentar el consumo doméstico, está hoy por hoy manifestando sus consecuencias. Hace años los drogadictos se escondían para consumir diferentes sustancias estupefacientes y su comercialización se adelantaba bajo estrictas medidas de reserva, recurrían a códigos establecidos entre ellos que la policía se exigía en detectar, conocer y neutralizar, en una palabra se podía combatir este flagelo; hoy la ley ha permitido que estas personas pierdan la vergüenza y el respeto a las autoridades. De esta forma los observamos consumiendo drogas proscritas a ojos del mundo y poco les importa que sus mayores y aún los menores, los vean no solo consumiendo, sino actuando bajo los efectos de narcóticos. Hemos caído que un segmento sin Dios ni ley que debe avergonzar las autoridades y en especial a los legisladores.
Urge revisar estas leyes, direccionar el tema para mostrarnos ante el mundo comprometidos en esta lucha. Son dos frentes que hablan de nuestra imagen.