No todo el que opina tiene buen criterio. Es el buen criterio el que hace que una opinión valga la pena. En últimas no por tener opinión se tiene criterio. El criterio se desarrolla mientras que el la opinión es el derecho de cualquier persona. Hoy que los dolores de los colombianos están tan alborotados, hace mucha falta el llamado a la calma con criterio. Las heridas están abiertas porque en nuestro ADN colectivo como sociedad hay una marca de dolor y de injusticia.
Los grupos armados, las víctimas y los victimarios, los políticos aventajados que se han aprovechado de la guerra, la ciudadanía que no tiene herramientas para hacer efectiva la justicia y un largo número de hechos históricos y situaciones del día a día que en lo absurdo supera a la otra, confirmando que en Colombia la realidad sí supera a la ficción.
Los medios de comunicación juegan un rol en extremo importante. Los columnistas, analistas, comentaristas, caricaturistas, todos tenemos un grado de influencia en la opinión pública y en la construcción del estado de ánimo colectivo que, con la influencia de la redes sociales, es una comunicación permanente y diaria lo cual influye en el largo plazo en aporte positivo o negativo de la construcción del país.
Para mí es claro que la narrativa que puso a enfrentarnos a favor y en contra de la guerra fue equivocada y maquiavélica. Nadie en su buen uso de razón puede querer la muerte de otro ser humano. Pero la controversia política y la necesidad de mantener unos la hegemonía del poder y otros de derrocarlo, nos han llevado a desarrollar más opiniones que argumentos con crítica.
“A mí me parece que”, “yo pienso”, “eso no me gusta”, “me ofende que”, “están locos todos” y un largo etcétera se oyen a diario en emisoras, Twitter más como conversaciones de un chat de amigos que como estructurados criterios de opinión. Opinar todo lo que se quiera pero con criterio, capacidad de discernimiento, coherencia y decencia. Desacreditar en público a una persona es una prueba de la falta de argumentos y de criterio. La grosería y la altanería deben ser remplazadas por formas educadas de comunicación. La ramplonería amenazante propia de la cultura mafiosa no es propia de una opinión con criterio.
La verdad se puede ver con muchos ángulos. Lo que es cierto para mi, puede no serlo para otra persona, pero eso no implica que los dos no podamos sentarnos a debatir y a comprender los argumentos contrarios. Tal vez lo más complejo que vive Colombia es al sin número de “verdades” que pululan desde las distintas posiciones políticas. En medio del afán del eterno proselitismo ni se deja gobernar, ni se deja de decir falsedades que luego se comprueban, ni se deja de desacreditar al contrario.
Se vale por supuesto la influencia de las tendencias políticas, sociales y humanas que cada cual tiene, pero una cosa son las creencias y otra muy distinta la evangelización. Así que opinemos todo lo que queramos pero seamos conscientes que podemos estar influenciando a alguien y que por respeto con el otro, es fundamental el buen criterio.