“Cambiar forma de interpretar el mundo es un derecho”
Uno de los juegos que practicamos, a veces sin darnos cuenta, es el de la novela: alguien con poder escribe historias que van a ser vividas por unos personajes, los cuales estructura, moldea, visualiza y finalmente configura mediante perfiles que interactúan a través de puestas en escena. Los personajes, por su parte, le deben su vida a los escritores, quienes les han definido a aquéllos desde sus características físicas y ritmo respiratorio hasta los sentipensamientos. Todo va ocurriendo de acuerdo con lo planeado, hasta que cada personaje toma vida propia. Cambio de reglas. Podemos seguir libretos ajenos o podemos construir los propios. ¡Y vaya si tenemos vidas libreteadas!
Desde pequeños hemos aprendido a vivir respondiendo las expectativas ajenas, de mamá y papá, de la familia extensa, del sistema escolar, ese que a la larga se convierte en sistema económico. Los niños “rebeldes” han sido esos valientes que no se han dejado imponer diálogos externos, sino que siguen sus propias normas, lo cual pone en jaque a todo el sistema y por lo que han de pagar precios muy altos: estigmatización, marginamiento, exclusión e incluso muerte. La libertad tiene costos muy altos.
Otros personajes han crecido de acuerdo con parámetros externos, sin siquiera preguntarse si son convenientes para su vida o no, llevando lo que podríamos definir como una vida funcional. Algunos de ellos en alguna etapa del camino se dan cuenta de que existen otras posibilidades de vivir y eligen cambiar el destino: saben que no están aquí para cumplir las expectativas de nadie, cada vez son más conscientes de que el mejor libreto es el propio y se aventuran a escribirlo. Podrá tener errores de sintaxis y ortografía, pero a la final es la creación que brota de su ser. Deciden ser fieles a ella. Tenemos derecho a cambiar tantas veces lo creamos necesario. Nuestras subjetividades son dinámicas y, cómo todo, también navegan en el mar de las incertidumbres. Claro, es necesario que construyamos márgenes de libertad y eso solo es posible en la medida en que desarrollemos nuevos aprendizajes, que nos demos el permiso de re-crearnos y de soltar esquemas que no necesitamos.
Cambiar el statu quo no es del agrado de quienes pretenden imponer sus libretos, individuales o sociales. Transformar lo estatuido genera conflicto, algo que nos asusta y que muchas veces queremos evadir a toda costa, pero que está ahí a la base de las relaciones. Bienvenidos los conflictos, que nos permiten movernos, cuestionarnos, replantearnos situaciones, cambiar. Bienvenidos los conflictos que nos sirven para crecer si al tramitarlos juiciosamente nos permiten avanzar. Tenemos derecho a cambiar, explorar otras opciones, a acertar o a equivocarnos, pues las transformaciones, grandes o pequeñas, no vienen empaquetadas en líneas rectas y ascendentes sino en dinámicas espiraladas que nos permiten pasar una y otra vez por el mismo punto, pero con miradas distintas. Cambiar nuestras formas de interpretar el mundo es un derecho inalienable, al igual que escribir y actuar, las rutas más apropiadas para vivir nuestra vida.