Los duelos que no se cierran y quedan inconclusos, se reviven generación tras generación. Las heridas quedan abiertas y el poder sanador de "La Verdad" queda reducido en manos de quiénes la falsifican, la enmascaran o la desaparecen. El sufrimiento de los pueblos y de sus víctimas no puede seguir siendo un dolor inútil.
Cuando meditaba sobre qué escribir en esta columna, me llegó este texto escrito por mi amiga argentina Victoria Paz hace unos años. Lo revivió con dolor, este 24 de marzo, por lo que ella denomina "el uso político de la tragedia de los 70".
La herida sigue abierta. Le cedo este espacio para su relato y nuestra reflexión.
"Tenía 21 años el 24 de marzo de 1976 y hacía menos de dos años que mi padre, el ingeniero José María Paz, había sido asesinado por un numeroso comando de Montoneros. Asesinado cuando se defendía sin armas y en soledad tratando de escapar de terroristas disfrazados de policías, que intentaron secuestrarlo sin éxito, ante su determinación anunciada. No a la violencia era su compromiso.
Su muerte había convulsionado a Tucumán, uniendo en sus exequias a una vibrante multitud de personas de todos los sectores de la provincia, en un taciturno clamor por la paz.
El dolor de esa pérdida laceraba mi espíritu de manera constante y cuando sobrevino el golpe militar la situación era peor aún para mí. Eso, pues no había habido pausas para otros atentados igualmente angustiantes y profundamente dolorosos que ocurrían cada día: no había lugar para el duelo.
Solo pensaba como intentar sobrevivir sanamente en medio de esta sangrienta realidad que no dejaba lugar para ser joven, cuando uno solo ambiciona crecer para ser una persona útil y lograr construir una vida.
Había combates en la ciudad y en el campo, en los cerros y en los pueblos de mi Tucumán. Bombas, voladura de un avión en el aeropuerto Benjamín Matienzo, secuestros y asesinatos de personas conocidas y desconocidas: el martirio de Larrabure, la masacre de la familia Viola, ambos por comandos del ERP; el exterminio por una balacera infernal de Chávez, Juárez, Giménez y Frías; cuatro sindicalistas de Sindicato de obreros del Ingenio Concepción causada por el “Pelotón de Combate Evita Montonera”; por supuesto también las muertes causadas por la AAA. Todas las muertes de esta guerra que no dejaban lugar para otro sentimiento que el del sufrimiento y el temor por una patria perdida en medio de lo que sentía como una guerra.
Por todo esto no recuerdo tanto el día del golpe en sí, sino más bien que los políticos, los sindicatos, los empresarios, la gente de la ciudad y del campo, en general, esperaban y pedían un gobierno militar. Lo querían con ansias, imaginando que con él se lograría detener el caos y lograr una paz duradera permitiendo un cambio democrático sustentable en el tiempo.
En mi visión la democracia, valor sagrado hoy para nuestros pueblos de América Latina y del mundo, de ninguna forma se custodiaba entonces como se hace actualmente. Los gobiernos totalitarios eran corrientes en América y en Europa, el regimen totalitario de la URSS era la segunda potencia del mundo.
Por eso, transmitir esto no es fácil: numerosas personas que vivieron esta época de Tucumán y de Argentina se enfervorizan de impotencia ante relatos engañosos y muchas veces malévolos. Muchos otros han muerto, y las generaciones jóvenes no han vivido sino otros tiempos, con diferentes conflictos y crisis. Tampoco abundan -salvo valiosas y recientes excepciones- diálogos inteligentes y profundos. Diálogos sinceros y valientes. Diálogos verdaderos. Y eso que esto que paso hace 40 años es aun presente. Como testigo de esa época y ferviente seguidora de todos los testimonios, creo que es imperioso tratar lo que fueron los 70 y el golpe militar. Identificar a inocentes y culpables. Jamás generalizar.
En distintas formas, la sociedad argentina de hoy sufre sus efectos, pero no los advierte. Y por eso muchos callan o miran a un costado frente a lo que ocurre, en vez de sacar de estas dolorosas y nefastas consecuencias, la semilla que fecunde en una sociedad sana que haga crecer en calidad imbatible a nuestra Nación y al pueblo que la constituye.
Estamos aún muy lejos de eso. Eso afecta nuestro juicio y nuestro recuerdo, en mi opinión.
Pienso también que hay sobrada hipocresía en demasiados comunicadores sociales que eligen el silencio absoluto frente a parte de la historia, hay bochornoso egoísmo por parte de actores que no logran superar sus circunstancias particulares, por más dolorosas que sean, para construir un futuro integrador.
El odio y la revancha aún divide. Y existe hoy silencio vergonzoso e inexcusable frente a siniestras violaciones de DDHH. Nos reencontramos con el valor de la democracia, pero la sociedad está fragmentada. Me pregunto siempre si nuestros muertos han perecido en vano.”