El execrable asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio, a una semana de los comicios, evoca para cualquier colombiano el recuerdo de unos años que ocupan algunas de las páginas más dolorosas de la historia nacional. Si algún país puede entender la situación en la que se encuentra Ecuador, es Colombia. Y si algún país debiera mirar con cuidado y solidaridad lo que está ocurriendo allí, es también Colombia.
Por un lado, su experiencia pasada puede quizá ofrecer algunas lecciones útiles para el Gobierno y el pueblo ecuatorianos. Por el otro, el resurgimiento de los fenómenos y tendencias que entonces la pusieron prácticamente bajo asedio -tal como ahora lo hacen con Ecuador- debería encender las alarmas en Colombia. La historia (como dijo Mark Twain y se ha recordado tantas veces en esta columna) no se repite, pero rima –frecuentemente- además, con cacofonía.
El magnicidio, obviamente, no constituye un hecho aislado. Es otro síntoma de un complejo proceso en el que intervienen distintos factores que se solapan y refuerzan unos a otros. Como consecuencia de ese proceso, Ecuador parece haberse convertido en una especie de laboratorio del riesgo político en la región. Cualquier observador suficientemente avisado puede encontrar allí la evidencia de la reacción en cadena que puede producirse cuando interactúan unos elementos tremendamente volátiles e inflamables, aún más peligrosos cuando sus interacciones son catalizadas por el ambiente en que tienen lugar.
El Informe sobre Riesgo Político en América Latina elaborado por el Centro de Estudios Internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Chile identificó a comienzos de este año algunos de esos elementos, cuya conjunción anticipa “tiempos nublados”. Tiempos nublados que en casos como el ecuatoriano parecen estar tomando las dimensiones de una tormenta. Tiempos nublados que, por serlo, dificultan además la visibilidad necesaria para identificar las oportunidades que, con otras condiciones meteorológicas, podrían ser aprovechadas.
Varios de los riesgos políticos inventariados en el Informe se están destilando en el alambique del laboratorio ecuatoriano: la expansión y fortalecimiento de las redes de crimen organizado transnacional (protagonistas de la creciente violencia que epitoma la muerte de Villavicencio), el retroceso democrático (retratado en los resultados del último Latinobarómetro), recurrentes estallidos de malestar social (18 días de paro nacional el año pasado concluyeron con 218 acuerdos que sus promotores consideran incumplidos), crisis migratoria (Ecuador es uno de los nodos de la red de flujos que desemboca en el Darién), inseguridad alimentaria (es el tercer país con mayor prevalencia de este fenómeno en la región), polarización y populismo (el retorno del correísmo se cierne como una sombra sobre el proceso político ecuatoriano)… Todo esto contra el telón de fondo de una gobernabilidad descoyuntada que la muerte cruzada invocada por el presidente Lasso no bastará para recomponer, mucho menos tras los recientes acontecimientos.
En todo laboratorio pueden producirse explosiones o fugas contaminantes, pero también hacerse descubrimientos esperanzadores. Ojalá sea esto lo que suceda en Ecuador: que en medio de la crisis encuentre la fórmula para sobreponerse. Mientras tanto, otras naciones de la región deberían examinar con más precaución sus propios coacervados.
* Analista y profesor de Relaciones Internacionales