EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Enero de 2012

Lo bello de los otros

¿Desde  dónde concebimos algo como bello o feo? ¿Acaso desde parámetros culturales que tambalean con el tiempo? ¿Desde experiencias amplias que nos permiten ver más allá de lo evidente? ¿A partir de preferencias subjetivas? ¿Desde una combinación de todo lo anterior?
Vamos por la vida haciendo observaciones sobre los otros y lo otro, perspectivas que tienen toda la posibilidad de convertirse en juicio. Nombramos jurados en los autodenominados certámenes de belleza y eventualmente nos comportamos como jueces, por lo general descalificando. Parece ser una tendencia de los seres humanos ser más proclives a la descalificación que a la cualificación.
Lo que catalogamos como feo de los otros muchas veces nos impide ver lo bello que tienen. Como resulta que todos los seres humanos tenemos actitudes bellas y horribles, así como virtudes y defectos, por quedarnos con lo feo nos privamos de lo bonito que podamos encontrar. Sí, hay actitudes que nos molestan: la prepotencia de quien cree saberlo todo, la “mala educación” de quien se comporta en una mesa por fuera de la norma, las calles atestadas de vehículos en desorden, el aguacero que cae sin clemencia. Seguramente usted podrá elaborar su propia lista de esas cosas feas de la gente o de la vida, eso que le molesta e irrita.
Eso feo puede ser la punta del iceberg. Detrás de lo obvio se esconde todo un mundo por descubrir, una extensa gama de posibilidades en la que se recrea la belleza. El prepotente puede esconder la tenacidad de quien se sobrepone a la adversidad; el diferente nos puede mostrar otras formas de ver el mundo para ampliar nuestro horizonte; el trancón nos puede permitir espacios para la reflexión; el chubasco nos regala un arco iris.
Si mirásemos allende lo obvio encontraríamos acciones bellas, pensamientos verdaderos y sentimientos bondadosos. No se trata de desconocer las sombras que todos portamos en nuestras vidas, sino de lograr que se hagan un poco traslúcidas, a fin de enriquecer la existencia. Hacer el ejercicio no es tan difícil: se trata de observar con los ojos del corazón, de vivir en una actitud de compasión y entrega, para disfrutar lo bello que la vida nos depara cada día. Sí, el ratón, el chulo y la cucaracha también son hermosos; es sólo cuestión de perspectiva.
Reconocer lo bello de los otros nos permitirá reconocer también lo bello de nosotros mismos, somos espejos. Podemos elegir vibrar en lo inarmónico o sintonizarnos con la armonía del universo, y desde allí transformar lo transformable.
Es más fácil construir desde el amor que desde el rechazo, es más sano ampliar el corazón que cerrarse en la mezquindad. Los ojos amorosos ven lo bello del mundo.