EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Abril de 2012

¿Terquedad o constancia?

La terquedad y la constancia se parecen. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, la terquedad es una disputa obstinada, lo que nos pone de plano en el terreno de la lucha, desgaste en el que solemos colocarnos los seres humanos cuando no estamos guiados por la confianza y el amor. Es frecuente escuchar como respuesta a la pregunta sobre cómo está una persona, “ahí, en la lucha”. Generalmente se acompaña de un tono de resignación, casi lastimero, muestra de un cansancio profundo y una frustración cada vez más grande. Es esa disputa obstinada, esa pelea con la vida en la que muchas veces insistimos, con no tan buenos resultados. Es obstinación en no reconocer que pueden existir otras formas más armónicas de vivir.

La terquedad parece no reconocer la sensatez. Es una acción sinónima del dicho popular “para atrás ni para coger impulso”, que tanto se alaba y se exalta como fruto de un carácter a emular. No importa que en esa carrera loca en la que no nos podemos detener, ni mucho menos retroceder, nos estrellemos, o hagamos estrellar a otros. No importan las alarmas que se prenden en el camino, que nos muestran que necesitamos andar por otro lado.

Podemos insistir en un negocio, que en las primeras de cambio parece inviable; pero por no quedar mal con otros, o por sentirnos poderosos, insistimos en el negocio, hasta que quebramos. Tras la quiebra, al hacer al balance, nos damos cuenta de que desde el principio hubo la intuición de que por ahí no era. Por no retroceder a tiempo, un problema que podía resolverse fácilmente se hizo cada vez más complejo y se salió de las manos. Esto mismo nos puede ocurrir con una relación de pareja, la elección de un oficio, cualquier decisión… la terquedad nos obnubiló y no pudimos ver, en el panorama completo, que lo mejor era desistir del intento.

La diferencia entre la terquedad y la constancia es cuestión de señales. Constancia es, de acuerdo con la RAE, “firmeza y perseverancia del ánimo en las resoluciones y en los propósitos”. Si las señales son favorables, vale la pena perseverar en el intento. Ahí, antes que lucha, hay fluidez en el proceso de la vida. Se abren las puertas, se facilitan las acciones, hay gozo, armonía, amor. Pero esa concordancia entre el deseo y el resultado puede, si no estamos atentos, degenerar en inacción: como todo se facilita, se descuida lo que hay que hacer y se entrega todo en manos del destino. Se pierde la firmeza.

Vale la pena reflexionar si estamos siendo tercos o constantes, aquí y ahora. A lo mejor desde allí, podamos enderezar el camino.