Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Martes, 24 de Febrero de 2015

El mundo al instante

 

Quienes crecimos en los años 80, 70 y antes es posible que recordemos este clásico de los noticieros, producción alemana que se presentaba en televisión y cine, con aquel emblemático presentador de voz nasal, que nos invitaba a recorrer las planicies del Serengueti o a descubrir algún castillo a orillas del Rin. Claro, el instante en esa época en realidad tomaba muchísimo tiempo, diferente a la inmediatez de ahora en la que podemos conectarnos, ver y hablar en tiempo real con una persona al otro lado del globo. Verdaderamente el mundo al instante. Nos acostumbramos con los avances tecnológicos a tener todo ya, al confort de lo inmediato, que calificamos de óptimo. Solemos anhelar resultados inmediatamente, en una especie de distorsión de las bondades del tiempo, que sin embargo termina imponiéndose pues no se gestan bebés en tres meses ni crece un bambú en seis. La intolerancia a la frustración hace que muchas veces privilegiemos lo rápido sobre lo sano, como lo constatamos en la comida.

El culto a lo inmediato tiene sus riesgos, pues nos revela una incapacidad de tener la paciencia necesaria para que los trabajos queden bien hechos, los procesos completos y en su tiempo. El deseo de resolver todo ya, en tiempo récord, no tiene en cuenta lo que es realmente necesario; nos perdemos en el marasmo de la velocidad, el ansia de adrenalina a millón. De la misma manera que preparar una torta de zanahoria requiere al menos 45 minutos de cocción para que no quede cruda, las emociones también requieren su tiempo para ser elaboradas. No hay duelos express, amores express, confianzas express, que sean sanos.

Dar trámite a lo emocional conlleva tiempo y esfuerzo, que cuando estamos atravesando una situación de ansiedad parecen el primero eterno y el segundo monumental.

La comodidad de lo inmediato juega en contra. ¿Qué hacer? Aunque la respuesta sea obvia -y por ende corra el riesgo de no ser vista-, lo sensato es hacer lo que corresponda. Dice un sabio principio budista: déjalo ser, déjalo estar, déjalo pasar: vivir las emociones, atravesarlas sin resistencia, en la certeza de que sobreviviremos y la consciencia de estar plenamente presentes en lo que estamos viviendo, por incómodo que sea. Es ahí donde sanamos y crecemos. Todo ello toma tiempo, y cuesta. ¿Cuánto tiempo? Cada quien tiene sus ritmos. ¿Cuánto cuesta? Depende de nuestra capacidad de entrega a nosotros mismos. Si corremos contra el reloj y no elaboramos los procesos en el tiempo requerido la torta de zanahoria cruda nos enferma. Las emociones no elaboradas, en el timing preciso, mediadas por el darnos cuenta aquí y ahora, también nos pueden intoxicar. Y la intoxicación sí es al instante.

@edoxvargas