El derecho de cantar | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Septiembre de 2022

Hace 40 años, cuando empecé a estudiar en el Conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia, acceder a formación musical de alto nivel era un privilegio reservado para pocas personas. Aunque el costo de la matrícula era muy bajo, los cupos eran escasos frente a la demanda en Bogotá y en el país. Solo unos cuantos afortunados lograban pasar el riguroso examen de admisión, bien fuera porque tenían un talento innato, excepcional, o porque habían crecido en un ambiente musical y ya contaban con conocimientos previos (yo estaba entre el segundo grupo, por su puesto). La otra posibilidad era pagar por clases particulares que también eran escasas y siempre muy costosas. Esta era la situación en las capitales; ni que decir de lo que ocurría en las ciudades intermedias o en las zonas rurales donde la oferta de formación era inexistente.

En estas cuatro décadas, la transformación ha sido maravillosa. La Constitución del 91 consagró como derecho fundamental el acceso a la cultura y esto permitió multiplicar la oferta de formación, pública y privada, y consolidar una industria al rededor de este oficio. El Ministerio de Cultura y las Secretarías distritales y departamentales formularon políticas que favorecieron la formación musical en todos los rincones de este país. El Plan Nacional de Bandas, el Plan de Música para la Convivencia, la Fundación Nacional Batuta, la Red de Escuelas de Música de Medellín y, más recientemente, los Centros de Formación de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, son tan solo unos pocos ejemplos de la democratización de la enseñanza musical.

Como parte de este impulso, hace diez años la Secretaría de Educación de Bogotá creó el programa ¡Canta, Bogotá Canta!, una de las más bellas y poderosas iniciativas que haya conocido en mi vida (y llevo años siguiéndole la pista a este tema). Se trata de un sistema de coros escolares que se implementa en el marco de la ampliación de la jornada escolar. La inclusión es el principio fundante, no es necesario tener conocimientos previos ni habilidades excepcionales; un equipo de tutores expertos, dirigidos por la maestra María Teresa Guillén Becerra, se encarga de demostrar, a docentes y estudiantes, que la música habita en el interior las personas y que, con una buena guía, todos pueden acceder a su magia.

En estos diez años, ¡Canta, Bogotá Canta! ha beneficiado a más de 14.000 estudiantes, ha conformado más de 100 coros en 51 colegios, ha apoyado la formación de 61 docentes y ha sido reconocido por su calidad interpretativa en importantes eventos nacionales e internacionales. Son maravillosos, son la constatación de un mejor presente. El próximo 25 de septiembre celebrarán su cumpleaños con un concierto en su casa, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, que desde siempre ha reconocido el valor artístico y social de esta iniciativa. Allí, unos 600 niños, niñas y jóvenes, junto a sus maestros, alzarán su voz y se fundirán en un solo cuerpo sonoro para recordarle a la ciudad, y al país, que cantar es su derecho. 

@tatianaduplat