La elección de Javier Milei a la presidencia en Argentina, recibida como un reto por los gobiernos denominados progresistas del continente, revive con parecida pugnacidad las diferencias que sacudieron al continente europeo al término de la segunda guerra mundial.
La división de Alemania en dos estados soberanos que enfrentaban los mismos retos, hizo que en el oeste se diera libre curso a los postulados de la democracia y a un sistema económico fundado en el capitalismo, la libre empresa y el libre mercado, mientras que en la parte oriental y en la Europa bajo control soviético se instauraron regímenes totalitarios, dueños de todos los medios de producción, con sistemas económicos rígidamente planificados, de corte socialista, con una sociedad sometida a los dictados de los usufructuarios del poder a perpetuidad. Los resultados se reflejaron en un burocratismo ineficiente con propensión irrefrenable a la corrupción.
La caída del muro de Berlín en 1989 significó la derrota de la Unión Soviética y el derrumbe de la organización política, económica y social que infructuosamente procuró esparcirse por todo el orbe, y dio paso al libre ejercicio de la democracia en estados económica y culturalmente inspirados en la dignidad del ser humano y de los valores intrínsecos que ella encarna.
Paradójicamente, las nuevas expresiones del fenecido sistema económico y social hallaron terreno propicio en el hemisferio occidental, bajo el ropaje engañoso del denominado progresismo, que preconiza los postulados de la organización política, social y económica impuesta a la sociedad indefensa, y que se pretende revivir como consecuencia de un proceso de la supuesta “deconstrucción creativa” de las instituciones democráticas, que mal que bien han ganado el favor ciudadano.
Se vale de la conversión de deseos en derechos y de la compartimentación de la sociedad en temas “identitarios” que socavan la unidad y la convivencia pacífica de las diversidades enriquecedoras propias del continente americano.
El progresismo ha venido ganando espacios cada vez más amplios, como lo acreditan sus versiones más extremas en Nicaragua, Venezuela y Bolivia, sus logros en el desmantelamiento de la democracia en el Perú, y sus versiones más solapadas en Chile, Brasil y Colombia, contenidas por la solidez de sus instituciones, pero que aún pueden ser susceptibles de revisiones por decisiones ciudadanas, como en Argentina. El gobierno de Milei será blanco de las más duras críticas y de la descalificación de todas sus iniciativas para procurar desmontar el carrusel de despropósitos y de errores que caracterizaron la debacle social y económica lograda por la gestión progresista de los Kirchner y todas sus ordalías. Constituye la primera batalla que no se debe perder.
Vivimos en el hemisferio tiempos de incertidumbre que se deben afrontar con decisión y claridad. No será tarea fácil, porque se trata de construir los nuevos paradigmas que cimienten regímenes democráticos fortalecidos en sus principios y por la aceptación ciudadana, en medio del torbellino de situaciones no resueltas que incidirán en las elecciones a lo largo del continente. Serán entonces los pueblos los que determinarán su futuro, empezando por los Estados Unidos en el 2024, que no vive sus mejores momentos.
Estamos advertidos; defender las libertades será el máximo reto para vivir en democracias consolidadas.