Hay una anécdota milanesa de una guerra entre dos parientes, Carlos V emperador de España, y Francisco I de Francia. El Papa intervino y le pidió al emperador que se pusiera de acuerdo con su rival. El emperador le contestó que entre ellos dos no había ninguna diferencia y que estaban completamente de acuerdo: “ambos queremos a Milán”. Algo similar ocurrió con la idea economicista de que, si se incrementaban los vínculos materiales entre los países, los intereses mutuos creados generarían la paz. Sin embargo, se desataron dos guerras mundiales con esa premisa, según lo demuestran varios historiadores.
“La paz en nuestros tiempos” es una ironía perdurable. La economía no determina todo, eso restante que no determina suele ser decisivo. Milán no era decisiva para la sobrevivencia de Francia, pero el prestigio menguante de esa Francia invitaba a una guerra. Es lo que algunos llaman “deseos timóticos”, la necesidad vital de ser tenido en cuenta.
Hoy a pesar de toda la experiencia se continuó con esa manía economicista de elevar lo material a demiurgo real de la historia. Y luego no logran explicar lo que ocurre. Sin minimizar los aportes del mercado global, hay un hecho. La “teoría de la modernización” vigente en algunas academias británicas y norteamericanas, creían que el futuro (nuestro presente) sería una paulatina pero inexorable conversión del mundo en el modelo occidental de desarrollo, gracias a la globalización. El lector notará que eso no coincide con las personalidades ni los hechos vivos.
El fenómeno Trump en USA, Putin en Rusia, Xi en China, Erdogan en Turquía, Johnson en Gran Bretaña, Le Pen en Francia, Modi en la India, marcan una época. Representan nacionalismos exasperados, una fuerza ad-intra, que los globalistas no tomaron en cuenta. Se creyó que, con redes de internet, cine y satélites que dominaban la opinión, se podría generar una sociedad igualoide, aplastando los valores locales, las culturas regionales. Mientras al mismo tiempo se concentraba la riqueza entre y en los países que no podían llevar su voz a los satélites, pero no por eso dejaban de sentir.
La crisis financiera del 2008 dio al traste con la confianza en esa forma de desarrollo. Pensar que no estar de acuerdo con la reacción generada por esas personalidades o esos hechos, no deja de ser como desportillar palabrotas ante un tsunami. El globalismo está siendo remplazado de nuevo por la geopolítica. Esa reacción nacionalista reprime a los emigrantes como si fueran delincuentes. Han caído los flujos mundiales en inversión a largo plazo, es decir ya no hay confianza en ese modelo. El futuro se ha vuelto muy extraño. La quimera de un crecimiento indefinido ha hecho agua. Y a lo que se llamaba “el sueño americano” materialista y pragmático, le ha llegado la cuenta de cobro de la naturaleza. Pero la alternativa socialista de China o Rusia no es menos predadora con el planeta.
Lo que ocurre en América Latina está ligado a este replanteamiento del mundo.