Si algo ha llamado la atención de los observadores del proceso electoral americano ha sido el hecho de que el señor Donald Trump, el controvertido magnate inmobiliario, parece revestido de un grueso teflón frente a las numerosas críticas que se le hacen por sus repetidas imposturas y declaraciones “políticamente incorrectas”.
A pesar de sus desafortunados ataques a los inmigrantes, a los mexicanos, a los musulmanes, a las mujeres y a los discapacitados y de sus promesas autocráticas de meter a la cárcel a la “despreciable” Hillary Clinton, su oponente demócrata; y de no saber todavía si va a reconocer los resultados de los próximos comicios, sigue figurando en las encuestas con resultados todavía inciertos.
Por tres décadas el señor Trump ha venido figurando en primera fila de rutilantes escenarios sociales, tanto en Washington como en Nueva York. En todos ellos se las ha apañado para que los reflectores lo tengan siempre en la mira y los medios tomen nota permanente de sus extravagantes e hiperbólicas declaraciones.
Durante ese mismo tiempo ha hecho una gran fortuna, pero ha quebrado en tres ocasiones. En la década de los 90’s llegó a deberle a sus acreedores más de cuatro mil millones de dólares y cuando los bancos lo tenían contra las cuerdas se dieron cuenta que si lo sacaban del juego jamás recuperarían su dinero. Muy a su pesar descubrieron que lo valioso de las empresas del señor Trump era su marca, a tal punto que cuando cruzaron cuentas le quedaron debiéndole más de mil millones de dólares, aparte de tener que girarle anualmente medio millón.
A partir de entonces el señor Trump se dedicó a “mercadear” su marca, dejando que los inversionistas corrieran con todos los riesgos. Lo que vino después, fue el atesoramiento de una fortuna superior a los diez mil millones de dólares. Como si fuera poco, en la siguiente década se mantuvo durante ocho largas temporadas en un reality show de la televisión costa a costa y su imagen impecable e implacable de un exitoso empresario quedó grabada para siempre en el colectivo americano.
De ahí que “haga lo que haga o diga lo que diga”, gracias a ese inmenso reconocimiento mediático, el señor Trump se ha permitido desafiar todos los cánones y parámetros de la vida política de su país. Se calcula que desde que lanzó su candidatura gracias a esta habilidad y a su camaleónica personalidad, ha logrado que todas las cadenas televisivas siempre lo proyecten en forma gratuita en sus horarios estelares. Él siempre ha dicho “No importa que hablen mal de uno, lo que importa es que hablen”.
Frente a sus aspiraciones se encuentra la señora Clinton que no goza de especial popularidad y que desde siempre a su imagen política le ha faltado credibilidad y confianza entre sus electores.
No han estado los americanos muy afortunados en estos comicios y se han tenido que contentar con buscar la forma de votar por el “menos malo” y por ello es muy probable que la señora Clinton termine de inquilina del Salón Oval, si es que el señor Trump no se las ingenia para desahuciarla.