Está en las pantallas nacionales la película norteamericana "Barry Seal, sólo en América", sobre la aventurera y azarosa vida de quien fuera piloto estrella de Pablo Escobar y del clan de los Ochoa, allá por la década de los ochenta. Se trata de una producción sin grandes pretensiones, pero que se basta para mostrar el mar de coca y el desenfrenado mundo de la mafia colombiana, que signó los tiempos borrascosos del país y que, por desgracia, lo sigue signando en forma quizás más exponencial en las épocas actuales.
Porque, infortunadamente, esa es la dolorosa realidad. Nuestra desgracia es no haber podido derrotar la droga y a estas alturas continuar secuestrados por el narcotráfico, que ha perneado a todos los niveles y todos los sectores del acontecer nacional. Volviendo a la película de marras se trata de una sangrienta evocación de una época que llenó de sangre y vergüenza a todos nosotros y que, para nuestro infortunio está más vigente y omnipresente que nunca. El debate que por estos días se libra en todos los medios de comunicación no pasa de ser un ejercicio bizantino, a la luz de las dimensiones que el fenómeno de la corrupción ha alcanzado. La única realidad es que hoy nuestra economía sigue tan narcotizada como antaño. Hay quienes afirman, con pruebas contundentes, que por lo menos el cincuenta por ciento del PIB está seriamente comprometido con el alcaloide. Es decir el ambiente en que respiramos nos la hace fumar verde.
Lo único diferente es que de la no poca desvergonzada ostentación mafiosa parece haber pesado, pero no nos engañemos: lo único que se ha hecho es un cambio de ropaje y comportamiento, Por ello no es necio afirmar que tanto el gobierno como el país siguen perdiendo la guerra cocalera, como también la están perdiendo los Estados Unidos, con el agravante que es un hecho incontestable, de que una vez que el producto infernal cruza la frontera americana, ha "coronado", como dicen en la jerga mafiosa y está más seguro que nunca.
La rampante corrupción que desde esas calendas hemos vivido y que hoy está más rampante que nunca, es el precio que hemos pagado y seguiremos pagando los colombianos por nuestro maridaje con el crimen. El maldito factor de la cocaína nos ha venido acompañando desde siempre y ha hecho que nuestras barreras morales se hayan derrumbado estrepitosamente, permitiendo que los corruptos sin escrúpulos se adueñen de la vida nacional. La famosa feria de los togados es tan solo la última de las manifestaciones de nuestra desgracia. La profundidad de la descomposición ha sido de tales proporciones que ella alcanza a lo más conspicuo de nuestra rama judicial y de las altas cortes. Esa feria alucinante de los millones nos marea todos los días con nuevas revelaciones y nos pone de presente la magnitud de nuestra tragedia moral.
Es imposible poder calibrar el daño que está hecatombe ha hecho al país y a su propio futuro, Todos los escándalos que a diario se destapan nos mensuran la degradación a que hemos llegado por culpa de la maldición del polvo diabólico. Se habla de reformas a la justicia y al aparato judicial. Todo eso es cosmético. La dura realidad nos está demostrando que lo que está realmente en cuidados intensivos es nuestra propia alma nacional. La rampante corrupción y ese afán de enriquecimiento rápido que se ha apoderado de todos, nos está llevando directamente al abismo. Pueda ser que ese primer paso de que nos habló el Papa Francisco nos guie por el camino de la restauración moral en ésta, nuestra atribulada nación.