El llamado del presidente Petro a una Asamblea Constituyente se convirtió en flor de un día. El rechazo fue unánime, aún en sus propias filas, como lo expresó el profesor Rodrigo Uprimny: “La propuesta de constituyente del presidente carece de sentido. Es innecesaria, inoportuna, contradictoria, inviable, inconveniente y riesgosa.” No tardó en sustituirla por la de un “proceso constituyente”, instrumento de su propia cosecha, ajena a nuestro ordenamiento jurídico, pero que devela sus verdaderos objetivos.
El proceso comenzaría con “convocatorias al pueblo a ejercer el poder Constituyente que se puede ejercer ya en unos niveles que la Constitución del 91 permite, que están definidos como cabildos abiertos, que son mecanismos de participación ciudadana vigentes.”, “No es un problema de mayorías, es un problema de fuerza popular”. “Un proceso Constituyente puede reformar la Constitución o puede agregar los aspectos que la Constitución en su momento no pudo ver por la época en que se hizo”.
Ninguna de esas afirmaciones es cierta. Solo obedecen al desvarió desesperado de un gobernante excesivamente ideologizado y en apuros. Por ello, en vez de cabildos cuyas competencias se restringen al ámbito municipal, optó por “coordinadoras municipales de fuerzas populares que desaten la organización y la movilización general de la ciudadanía”. Deduce del resultado electoral para la presidencia un mandato inequívoco, a pesar de que los votos por Hernández y en blanco superaron los emitidos por Petro, y olvidando la estruendosa derrota de sus alfiles en las elecciones regionales. Para subsanar esa evidencia se dice que el proceso constituyente se inició con el vandalismo que denominan el “estallido social”.
Petro no ha gobernado, ni gobernará. Para ello tiene ahora a la directora del Dapre. Su objetivo son las elecciones del 2026 que deberían apoltronarlo en el poder. Su tarea será la conmoción cuotidiana, la agitación permanente de sus primeras líneas que atemoricen al ciudadano y que encuentre entre las organizaciones criminales apoyos coincidentes que obstruyan y debiliten el accionar de las instituciones. Un instrumento más para empoderar las supuestas herramientas de participación que estarán al orden del día en cada una de las negociaciones en curso.
El objetivo desborda la mera formulación de normas constitucionales que solo supondrían un pobre ejercicio de transformaciones insustanciales, porque lo que se persigue es destruir lo existente para entronizar supuestas innovaciones perdurables que desafíen el tiempo y sus demandas. Reminiscencias de Stalin, Mussolini y Hitler, en las que el pueblo terminó sometido y convidado de piedra en la definición de sus condiciones de vida.
Petro apunta a una ruptura del orden constitucional y de las instituciones que lo soportan. Prefiere subvertir a construir. Se siente investido de una misión que nadie le ha confiado, pero que cree implícita en el resultado electoral que le permitió acceder al poder.
Es el nuevo ropaje de toda pretensión autocrática que desdeña cualquier construcción institucional que no responda a sus delirios ideológicos y a sus trastornadas concepciones de la democracia y sus libertades. Astuto, juega con el apetito voraz de la clase política y con la paralizante inquietud del sector productivo que harán tardía cualquier oposición eficaz. Solo el despertar popular puede descarrilar la ambición del sátrapa en ciernes.