A mediados de la década de los sesenta, el seminarista argentino Jorge Bergoglio daba clases de literatura en el colegio Inmaculada Concepción, en Santa Fe. Había pedido a Borges que diera una conferencia. Él sin confirmar, fue. Dice el actual pontífice que no sabía cómo atenderlo. Sus superiores lo alojaron en el hotel Ritz. Ya casi ciego pidió al seminarista que lo ayudara a afeitarse, cosa que hizo.
Borges le comento a Roberto Alifana: Bueno, le cuento. Hay dos curas que me visitan bastante seguido y nada tienen que ver entre ellos -prosiguió-. Usted los conoce a ambos; uno lo heredé de mi madre que era muy devota; me refiero al padre Guillermo que cuando ella vivía venía todas las semanas para confesarla; el otro es Jorge, un jesuita que es químico y ahora enseña literatura en la Universidad del Salvador. María Esther Vázquez me lo presentó hace bastante tiempo; de manera que nos une una gran amistad”. Borges dice de Bergoglio “enseña literatura y ha incluido mis textos en sus clases, lo cual me parece un poco exagerado. Yo trato de disuadirlo y le repito que lo mío no tiene ningún valor, que son una sarta de borradores, pero no me hace caso… Dejando de lado este detalle, el padre Bergoglio es una persona inteligente y sensata; con él se puede hablar de cualquier tema: de filosofía, de teología, de política. Pero hay algo que me alarma un poco; he observado que tiene tantas dudas como yo. Lo cual no sé si está bien en un religioso. Mi madre se hubiera horrorizado de una cosa así. Pero quizá no es tan raro si tenemos en cuenta que se trata de un jesuita - concluyó Borges, apoyándose en su bastón, con una sonrisa contagiosa-. Claro, esa gente es históricamente transgresora y hasta tiene sentido del humor, además de manejar conceptos que en algunos casos difieren de las otras congregaciones de la Iglesia.”
Para el poeta que escribió “El Hacedor”, como para el papa Francisco, las cosas que ocurren no son productos del azar y así lo nota Alifano que entrevistó al pontífice quien recordaba “Cada persona que pasa por nuestra vida es única y en eso coincidíamos con Borges. Esos encuentros, aunque fortuitos, siempre dejan un poco de sí y se llevan también otro poco de nosotros. Estarán aquellos que se llevarán mucho, pero no existen los que no nos dejan nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas de Dios no se encuentran por casualidad”.
Me permito agregar que cuando conocí a Borges, de manera fortuita caminando por el centro de Buenos Aires, le dije “¡Qué feliz coincidencia Borges!”. El contestó, “las coincidencias no existen”, “bueno entonces que feliz predeterminación” y él “Sí teníamos una cita desde toda la eternidad”.
Tras una amistad de varios años, el escéptico amigo murió rezando el Padrenuestro en distintos idiomas. Aunque no llegó a saber que el cura Jorge Bergoglio sería el sumo pontífice.