El peso colombiano es una moneda que, a pesar de su nombre, no tiene la importancia o mejor (cruel ironía), el “peso” que sí tiene el dólar. De hecho, ningún “peso” tiene peso como divisa internacional, al menos desde que el dinero se volvió sinónimo de dinero fiat, justamente cuando el gobierno de los Estados Unidos abandono el patrón cambio oro en 1971.
Desde entonces, el dólar flota libremente frente al resto de monedas del mundo, siendo aún la principal divisa para el comercio mundial. Esto último es bueno tenerlo en cuenta a propósito de quienes le tienen recelo a que el dólar pueda circular libremente en países donde hay políticas de curso legal, ya que al fin al cabo es inevitable que las monedas compitan entre sí, mientras las personas sigan aprovechando los beneficios de participar del comercio mundial.
No sorprende entonces quienes, siendo conscientes del peso del dólar, hayan buscado adoptarlo como su moneda principal, como por ejemplo ocurrió en países como El Salvador desde el año 2001 y Ecuador desde el año 2000. Y muchos menos sorprende que dichos países mantengan una inflación baja y una balanza comercial estable. Aún incluso un caso como el de Panamá resulta más interesante, pues en el país centroamericano está prohibido por constitución la existencia de una moneda de curso forzoso (el mismo “curso legal”, pero más descarado) y de hecho no existe una banca central, con sus funciones de monopolio de la emisión monetaria y prestamista de última instancia.
El peso del dólar es tan evidente que ni en Colombia pasan desapercibidos sus beneficios, a pesar de nuestro país no ofrecer muchas alternativas para aprovechar mejor dicha divisa. De hecho, solo hasta junio de este año fue que Mario Pardo, el gerente del gremio banquero Asobancaria, propuso que los colombianos puedan abrir cuentas bancarias en dólares, algo que en otras épocas generaba resistencias por el mismo gremio, y hasta respuestas airadas en contra la dolarización, como la que se generaron contra el economista estadounidense Steve Hanke cuando en 2019 sugirió dolarizar el país. Incluso ya en septiembre de 2010 los senadores Juan Mario Laserna y Gabriel Correa Zapata habían presentado un proyecto de ley “por medio de la cual se permite el uso de dólares de los Estados Unidos de América en Colombia”, lo que suponía, según los autores del proyecto, una dolarización parcial de tipo legal.
Lastimosamente ninguna iniciativa de dolarización en Colombia ha llegado a buen término y ni siquiera los pronósticos en materia de tasa de cambio parecen confiables, ya que como bien diría el sabio Nicolás Gómez Dávila, a propósito de una especulación sobre la subida del dólar en 1964, “la unanimidad de los técnicos en afirmar que no subirá” es sin duda un signo negativo de que lo más seguro es lo contrario. De hecho, el panorama no resulta más alentador cuando incluso en países como Argentina, que esta dolarizado de facto y tiene un presidente libertario como Javier Milei, no se han dado pasos decisivos en profundizar la dolarización, aún incluso teniendo propuestas tan acabadas en dicho sentido como la realizada por los economistas Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky.
Por fortuna no han faltado las voces calificadas que se pronuncian en favor de la dolarización en particular y de la libertad monetaria en general, como las del colombiano Daniel Raisbeck y el español Miguel Ángel Echarte, quienes justamente en un vídeo de YouTube del año pasado titulado “La dolarización en América Latina”, sostienen la importancia de no negarse ante a lo evidente y retrasar más los beneficios derivados de ello, como es reconocer el contundente peso del dólar.