En los años 60, López Michelsen decía que el partido Liberal no tenía enemigos a la izquierda. Ahora César Gaviria, quién fue electo por el liberalismo, lo entregó extinto y pretende con los restos mortales (hablan de funeraria Gaviria) y sin debate previo, apoyar a la extrema derecha, mientras se jacta de haber hundido la candidatura del negociador de la paz, Humberto De la Calle.
Su argumento es que todo cambia. Que así podrá influir sobre el gobierno del Centro Democrático, que no es centro ni es democrático y es la quinta esencia de la mayor injusticia social que ha tenido Colombia.
Detractores de Gaviria lo ven como el Pétain de Pereira y saben que Iván Duque, forjó con gran autonomía la consigna “el que diga Uribe”, que no es lejana a la de “lo que diga Uribe.”
Con el fin de la guerrilla el futuro político supone que se dé expresión y respuesta a las luchas democráticas de la tercera economía más inequitativa del planeta. Y para eso no basta con descalificarlos con epítetos de “terroristas, castro-chavistas o populistas”.
Esas protestas, ahora pacificas tras medio siglo de lucha armada, no surgieron en el vacío. Son el producido de un establecimiento que no tiene práctica alguna de alternar con modelos políticos distintos al suyo, como se evidencia aun hoy con el creciente asesinato de los líderes sociales. Estamos lejos de una madurez política uruguaya, o la de Chile que también es miembro de la OCDE, y eso no le impide antes le ayuda a tolerar las disidencias, sin tanto aspaviento porque les acaben el histórico “yo con yo.”
El mutismo del partido Liberal frente al índice Gini súper concentrado y ahora su entrega a quienes concentraron aún más la riqueza desde el gobierno, y fueron responsables del asesinato de tres mil jóvenes reclutados, cuyos cuerpos fueron trofeos pagados por nuestros impuestos, a la mayoría de las brigadas militares del país, y mostrados como “terroristas dados de baja”, giro que usaron además para exaltar la eficiencia de Álvaro Uribe en “defender las instituciones”, indigna. Presidente que justificó el macabro genocidio, con sorna, injuriando a las victimas ante sus desolados familiares “no estarían propiamente recogiendo café” les espetó. Ese es el mentor de Iván Duque. El liberalismo no tendrá futuro, si se pliega y acepta eso.
Así como hay un sector liberal aliado con la extrema derecha en busca de posibles prebendas, otro sector deberá abrir la opción hacia la izquierda sin temores, en aras del equilibrio. O votar en blanco, aun cuando un torpe burócrata intentó negar ese canal de expresión. Si no hay enemigos a la derecha, no debe haberlos a la izquierda, esa es la definición por excelencia de liberalismo. Crear una alternativa distinta a los dos polos es difícil. Pero es lo que hacen los partidos serios que no se acomodan al semifascismo o a la aventura, y generan una respuesta creadora. Y dan a las nuevas generaciones una esperanza.