El mundo mira las actuaciones del estado norteamericano contra el expresidente Donald Trump con estupefacción. Ese mal gobernante es como un arquero bizco en una partida de fútbol, puede que no rompa récords, pero mantiene al público en vilo.
Y esos casos en su contra revelan algo de la paquidérmica capacidad de reacción del Estado frente al síndrome que de algún modo lo tipifica.
Lo que pulula en tantas redes de Estados Unidos que lo siguen es la sombra de un mundo paralelo que en vano llamaríamos enfermo o loco, porque como síntoma le basta con existir, no tiene que ser coherente, lógico o racional. Esta ahí como un dinosaurio indiferente a la impresión que pueda suscitar. Existe, luego mejor no piensa, parodiando al buenazo ultra racionalista de Descartes.
Su medianía es la de un televidente domesticado desde hace varias generaciones, que prefiere el espectáculo al discernimiento. Y el resto del mundo queda como en el sueño de Monterroso “cuando despertó el dinosaurio todavía estaba ahí.”
Estados Unidos enfrenta varios rompe cabezas, uno es el de, digamos, el rio Rhin para el imperio romano, su frontera con México. Y las oleadas de emigrantes. Trump optó por hacer un muro que nunca terminó y el cual están todavía pagando. Pero el Rhin fue un gran muro natural que no logró impedir que los germanos de nuevo lo repoblaran a la larga.
Por buenas que sean hoy las relaciones con México, al cual expropiaron la mitad de su territorio, la herida persiste. En ese caso como decían varias generaciones de manitos “no es que yo haya cruzado la frontera, es que la frontera me cruzó a mí”.
Otro problema de Roma, aunque vencían a otros fue su perpetuo conflicto interior. También como Republica aborrecía el título de Rex, pero sus emperadores llegaron a tener un poder mayor al de sus primitivos reyes. Y no lograban establecer una forma ordenada de trasmitir, de escoger a sus sucesores. Estados Unidos no tienen ese inconveniente, obvio tiene elecciones. Pero estas están cada vez están más supeditadas a los costos siderales. Costos que no garantizan la llegada de los mejores o más capaces.
Si no se tiene un carisma descomunal como el de Barack Obama, se tiende a la creación de dinastías políticas que ayer no existieron. Bush, Kennedy, Clinton son los botones de muestra. O los magos mediáticos como Trump que manipulan la agresiva ignorancia del dinosaurio y que sin embargo bien puede ser de nuevo presidente, o de no serlo no deja de ser un síntoma. Y la actual competencia entre ancianos por la presidencia de ese país es otro botón de muestra.
Con respeto por la vejez que casi todos los afortunados compartiremos, el presidente Joe Biden según un guasón está en la peligrosa inminencia de que lo declaren patrimonio histórico. Y si el imperio se viene abajo, nosotros caeremos con él. Los países que en su vecindad se le enfrentaron como Cuba o Venezuela son otra muestra a considerar.