La elección de Pedro Castillo en Perú, algo que cuando escribo esta columna es prácticamente un hecho, es el triunfo de lo absurdo, en todo el sentido de esta palabra.
Castillo ejerció como maestro de escuela primaria, en un pequeño pueblo de Cajamarca, durante 24 años, labor noble, respetable y honrosa, pero que, de ninguna manera, lo prepara para ser el presidente de una nación que supera los 33 millones de habitantes.
El nuevo presidente jamás ha ejercido un cargo administrativo o gerencial que lo capacite en esas áreas, algo indispensable en la dirección de una nación con las complejidades territoriales, sociales y humanas de Perú.
El tema económico le es completamente ajeno. No solo no lo conoce, sino que lo confunde, lo enreda, como quedó en amplia evidencia en las entrevistas y debates donde tuvo que responder preguntas tan sencillas como ¿Qué es un monopolio? o ¿A qué se llama una economía de mercado? Sus respuestas fueron obtusas, vagas o aprendidas de memoria, como su propuesta de crear una “economía popular con mercados”, o sea, la estatización de los sectores gasíferos, petroleros, mineros, energéticos y de comunicaciones, como se hizo en Venezuela y Bolivia.
A esto se suma algo peor; Castillo no tiene manejo político, su elección es más un movimiento emocional de un pueblo abatido, en muchos sentidos, que un movimiento político. De hecho, su partido tiene solo el 28% de las curules. El fujimorismo lo supera ampliamente y nadie sabe cómo se alinearán los otros partidos.
Gobernar sin control político en un país famoso por su “canibalismo político” le será prácticamente imposible. Recordemos que en los últimos seis años Perú ha tenido cinco presidentes, además del suicidio de Alan García, exmandatario y líder político en las últimas décadas. Esto habla de las tensiones y traiciones que enfrentan los políticos peruanos.
Castillo es un hombre que no duda cuando afirma su rechazo al aborto, al matrimonio homosexual, la adopción por dichas parejas o la eutanasia. Pero cuando debe pronunciarse sobre sus planteamientos de gobierno, sociales o económicos, recurre a enunciar, al pie de la letra, las propuestas de Hugo Chávez: como “un referendo popular”, “una Asamblea Nacional Constituyente para cambiar la Constitución”, y luego, afirma que esa Constituyente, que él convocará, deberá ser la que formule soluciones a los problemas del país.
En su discurso niega ser comunista y constantemente se refiere a su origen “del pueblo”, tal y como lo hacía Chávez y lo hace cualquier comunista para congraciarse con el pueblo. Un importante lema de su campaña es: “no más pobres en un país rico”. Lo que Castillo no entiende, o no reconoce, es que las propuestas del ‘Socialismo del Siglo XXI’, que él copia, causan más bien: “un país empobrecido donde todos son pobres”, tal como sucede en Venezuela y Cuba.
¿Es Castillo un títere manejado por titiriteros nacionales o internacionales que lo engañan y manipulan? ¿Quién se beneficiará de un “líder” como él?
Al pueblo humilde, de la sierra, el más pobre y olvidado del Perú, que le dio su voto, poco le importa lo que pase; ya están acostumbrados que con ningún presidente hay cambio. Quizá con Castillo, alguien del “pueblo”, como ellos, haya mejoras. Si no, será más de lo mismo. ¡El triunfo de lo absurdo!