Pasaron ya los tiempos en que su misión única consistía en traer hijos al mundo, acunarlos, levantarlos, formarlos y alternar esta tarea con el arte de la aguja, que era algo así como bordar la patria.
Hoy la mujer es líder, empresaria, oficinista, banquera, artista, humanista y por sobre todo eje de la familia y de la sociedad. Su influencia sobre el varón es crucial. Con frecuencia, la dama supera al varón en perseverancia, perspicacia, comprensión, honorabilidad, disciplina, intuición, solidaridad, proyección. Allí donde el creador dotó a la mujer del sentido maternal, esta lo ha extendido a sus semejantes y a la misma comunidad.
La urdimbre y la trama del telar en la época moderna se tornaron para ella familiares como públicas y normales sus irrupciones en la acción política, que antes ejercitaba, no sin éxito en privado, con el sabio consejo siempre a flor de labio y apoyada en esa fuerza especial que emana de una mirada dulce o una sonrisa persuasiva.
En la factoría la blusa reemplazó el encaje. El trabajo creador hace parte de su vida, su otro hogar resultó siendo la oficina o la fábrica. La absorbió el sistema, pero ella forzó a gobernantes para imprimirle espíritu cristiano al desempeño laboral.
El código sustantivo del trabajo -obra fundamental del conservatismo- trata con gran consideración a la mujer en la época del embarazo, alumbramiento y crianza de la criatura.
Se acabó aquello de que la mujer trabaja como “hombre” y le pagan como “hembra”. La discriminación por sexo, raza o cualquier motivo lo prohíbe la Constitución.
Bertha Hernández de Ospina Pérez, según comentario de su nieta, abogada Jimena Ospina Duque, sostenía: “La más marginada entre las marginadas es la campesina colombiana. Para ella las oportunidades de estudio son menores, en cambio son mayores los riesgos de enfermedades, desnutrición y muerte. La campesina no tiene seguridad social, medicina, agua potable, recreación, servicios públicos.”
En algunos de mis libros sobre la mujer del campo sostengo: La mujer del sector rural, a diferencia de la citadina, carece por completo de protección para la maternidad, la cual genera una altísima mortalidad infantil y materna. El Estado debería ampliar el concepto de maternidad en el área rural. A esta trabajadora debe afiliársele con cuotas moderadoras.
Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) cuando la técnica agiliza o suaviza el trabajo, a la primera que despiden es a la mujer. Los préstamos son para los hombres, no para la campesina. Los bienes están en cabeza del varón y no de la hembra. Esto es catastrófico, pues es muy alto el porcentaje de mujeres cabeza de familia. En nuestra sociedad machista el hombre es valiente para procrear y cobarde para asumir la paternidad.
La mujer del campo es la más olvidada por la sociedad, la Iglesia, los partidos, los gobiernos y hasta la familia. Su horizonte es abandonar el campo e instalarse en los tugurios de las capitales, para engrosar el ejército de gente ociosa y también la prostitución.