Uno quisiera poder escribir en estos días una columna optimista, destinada a trasmitirle a nuestros lectores un mensaje de verdadera esperanza, sobre la posibilidad real de un futuro más provisorio, Pero, infortunadamente, desde hace algún tiempo la mayoría de las noticias solo nos invitan al desconcierto. Así las cosas nuestra actividad política pasa por uno de sus peores momentos, por una de sus épocas más turbias y más negras,
Uno pretendería que la actual pesadilla noticiosa, que nos da cuenta detallada del abismo moral y ético en que se ha precipitado gran parte de nuestra llamada clase dirigente, tocara fondo de una vez por todas. Pero cada día que pasa las denuncias del saqueo son alucinantemente peores que las del día anterior. Se han venido estableciendo marcas que rompen todos los moldes de la desfachatez y la impudicia. Es una visión apocalíptica del entramado y de la actividad de una empresa criminal, sin antecedentes y sin parangón alguno.
Todo parece haberse iniciado hace mucho tiempo. Pero nadie parece tener la certeza sobre las causas originales del descalabro. Desde luego no faltaría quien le echara la culpa a la desaparición de los partidos, que antaño eran quienes avalaban y hasta cierto punto respondían, por las acciones de sus militantes y en especial de sus dirigentes. Lo cierto es que esa desaparición ha permitido que la política se haya convertido en un quehacer egoísta y pendenciero que solo pretende particulares intereses y no responde ante nadie por su protagonismo.
Un quehacer político que ha contaminado por igual al sector público y al privado y que ha tolerado y auspiciado el enriquecimiento ilícito exprés, en forma cada vez más descarada. Es un escenario lamentable, en el que todos parecen haber perdido la vergüenza y la impudicia. Un escenario en donde todas las acciones delictivas pueden ocurrir. En donde todo puede ser posible y todo puede pasar. Pero lo más triste es que en la percepción colectiva hay una certeza cada vez mayor de que no va a pasar nada. De todas maneras es gratificante que en medio del caos y la desolación, los jefes de los entes nacionales de control se han puesto de acuerdo para unificar sus esfuerzos investigativos y punitivos. Pero no deja de ser preocupante el comportamiento de algunos protagonistas. Con el mayor respeto ¿Que lectura se le debe dar, por ejemplo, al respaldo del Director Nacional Conservador a su cuestionado presidente? Y ¿qué pensar del silencio, más o menos elocuente, de la dirigencia de otros movimientos, sobre los graves acontecimientos que estamos viviendo?
Es un momento también en donde se echa de menos la presencia de esos grandes colosos que en el pasado nos guiaron con mano firme en medio de la tempestad. Figuras de la talla de Laureano Gómez y de su hijo Álvaro, quienes en su momento combatieron el relativismo rampante del quehacer político y fueron implacables en su lucha contra la corrupción enquistada en el poder...
Adenda
Lo más grave es que toda esta situación es que, a un año de las próximas elecciones presidenciales, el poder se lo está disputando una montonera.