Me debatía entre dos títulos para esta columna sobre la marcha de este domingo: "Embriaguez democrática" o "El día después". Opté por el primero porque quiero seguir contagiada de esperanza, embriagada de autoestima ciudadana, disfrutar un poco más de la conciencia de nuestra valía individual cuando decidimos movilizarnos y hacer parte de un todo.
En la marcha vislumbramos que es posible lo que parecía imposible: plantarnos unidos en defensa de nuestra democracia, como un muro de contención. Si hubiera titulado la columna "El día después" me quedaba en la resaca y el letargo que, aunque son apenas naturales después de semejante descarga de adrenalina, nos pueden inmovilizar e impedir dar el paso siguiente.
En una marcha sin protagonistas, todos fuimos protagonistas. De ahí nace la alegría individual y colectiva: de la conciencia del valor de ser y ejercer como Ciudadanos. He repetido, desde hace años, que en esta época no basta con ser. Es necesario ser, parecer y aparecer. Y eso fue lo que sucedió. Los reflectores mediáticos no se enfocaron en la tarima, pues no hubo tarima para exhibir los egos tradicionales. Los reflectores iluminaron a las bases, conformadas por muchos "unos", por cientos de "unos", movidos por diversas emociones y sentimientos que los lanzaron a las calles a fusionarse con otros "unos" y experimentar la fuerza energética de saberse parte de un fenómeno inesperado. Es ciego y simplista atribuir a la marcha un origen ideológico. Es lúcido abrirnos al significado de este despertar democrático que convocó a colombianos de todos los estratos, orígenes y condiciones hacia un proceso cívico que apenas empieza y que promete romper caudillismos.
Asistimos al fin de la democracia como la conocimos y presenciamos un despertar de conciencias ciudadanas. "Se requieren nuevos esqueletos, nuevas estructuras que le den forma a las marchas cívicas" asegura Antonio Sola, unos de los más reconocidos estrategas electorales del mundo, quien reconoce que aún no se ha decodificado el cómo es ese "despertar de la conciencia política cívica en el mundo".
Lo que sí es claro para él, es que expresiones como las marchas, "se están anclando en procesos de identidad, no en procesos de imagen".
Sola considera que "este movimiento masivo de la sociedad colombiana es hoy punto de mira a nivel internacional. Un punto de reflexión. Otras sociedades pudieron sentirse reflejadas. Es como si Colombia fuera un espejo para otros que experimentan el principio del despertar. Estamos viviendo una época donde el despertar de conciencias es una realidad. Es trascendental, divino, espiritual, si se quiere. Es el preámbulo de un nuevo mundo que vino para quedarse".
La marcha nos sacó del pesimismo sobre nuestro futuro como país. Hoy, se ve viable trabajar en la construcción de una gran plataforma ciudadana, del reencuentro de una sociedad cansada de sus fracturas que no quiere más violencia ni polarización: una sociedad dispuesta a escucharse y a convertirse en interlocutora de la institucionalidad. Esa fue la que marchó.