El gran regalo de esta Navidad para los colombianos es Encanto, la película animada que acaba de inaugurar Disney basada en una familia colombiana que vive en la zona cafetera.
Desde los primeros momentos, Encanto, ¡encanta! Y, amorosamente, nos toca cada fibra de nuestra colombianidad. Desde que aparece por primera vez Maribel, con esos enormes ojos negros, su abundante pelo rizado y la cadencia de sus caderas, tan nuestra, tan normal en nuestro paso, nos sentimos identificados.
Cada personaje, cada canción, cada baile, las vestimentas, los paisajes, todo, en cada marco de la película, es un pedazo de lo nuestro, de nuestra tierra, nuestro aire.
Ahí estamos, eso somos, multirraciales, de todos los matices, de múltiples herencias, mezclados “hasta los huesos”, alegres y bullangeros, románticos, poetas. Tal como nos canta cada ballenato, cada cumbia. Somos mágicos, realmente ¡mágicos! Como nos describe Gabo en sus más bellas páginas. Como la familia Maribel de este cuento, tenemos ritmo de salsa, de San Juanero, de joropo en la piel, en el alma.
Aquí resalta el espíritu resiliente, valeroso, de nuestra gente, que a pesar de la violencia que ha vivido, conserva su esperanza y logra, de una u otra manera, salir adelante, reconstruir su vida.
Somos gente que tiene la alegría y la bondad a flor de piel y se confiesa feliz, amamos las tradiciones, las montañas, mares y ríos, pero sobre todo, amamos a la familia. No hay Colombia sin familia, sin la abuela que la ancle, sin una madre y un padre incondicional, sin hermanos, tíos, primos, sin padrinos, sin esas comidas familiares compartidas por cualquier razón, en cualquier mesa, en los buenos y malos tiempos; todos alrededor de un sancocho de costilla o de pescado, un arroz con coco, unos frijoles o un ajiaco, como el que comparte la familia Madrigal en la “casita” de Encanto.
Y flores, por todas partes, y los niños, como el pequeño Antonio Madrigal, que hablan con los tucanes, los colibrís, con todos los animales. Y los capibaras caminando entre la casa, como sucede en los llanos orientales.
Cuánto detalle de lo nuestro se captó en esta cinta. Es fácil sentirse en el valle de Cocora contemplando ensimismados las espigadas palmas de cera, o caminando por los cafetales o entre las bananeras o los cocotales.
Podemos sentirnos en Salento, o en cualquier pueblo de la zona cafetera, o de Colombia entera, comiendo arepas, pandebono, pandeyuca, envueltos o buñuelos, en la plaza principal, o en cualquier esquina, tal como sucede en el pueblo de la película. Así es nuestra tierra, la que han querido opacar el narcotráfico, los grupos armados, la que nos ha querido quitar la violencia, la pobreza, pero que subsiste y florece a pesar de todo.
Gracias a los que escribieron los guiones, crearon los personajes, compusieron la música, pusieron sus voces, a los dibujantes, a quienes vinieron a Colombia a empaparse del ambiente, a probar nuestra comida, a vivir nuestra vida. Gracias al director, y a todos los que contribuyeron a crear esta hermosa carta de presentación de nuestra tierra ante el mundo. ¡Gracias Disney!
Después de tantas películas sobre Colombia tan violentas, manchadas de sangre y narcotráfico, esta cinta es un dulce respiro, es, sin duda un regalo de navidad para Colombia. ¡Gracias!