De mis ya largos años como periodista los últimos veinte los he fungido de "opinador", tarea nada fácil en un país de profundas contradicciones y de una gestión sicodélica de la política, sobretodo del abusivo y corrupto ejercicio del poder. Nuestra principal conclusión ha sido que nuestra clase política se ha distinguido desde siempre por ser "una clase sin clase". No ha sido pesimismo atávico, sino mera observación de una triste realidad...
No han sido pocas las columnas que hemos dedicado a tratar de analizar y comprender nuestro anárquico ejercicio del poder, incluyendo en esa parábola juiciosos estudios de ciencia política en nuestra amada Javeriana. Infortunadamente desde nuestros albores republicanos, los egoísmos y las mezquindades han impedido persistentemente que podamos acceder a un merecido progreso económico y social.
Una muy dispar composición cultural, egoísmos regionales, escasos recursos fiscales y un hirsuto sectarismo político de diversos pelambres, a lo que se ha sumado un perverso maniqueísmo, ese si ancestral, han boicoteado nuestras relaciones políticas y han impedido que todos nosotros, los colombianos, tengamos una misión común y una visión compartida de nuestro futuro. Infortunadamente nuestros protagonistas ha querido olvidar que un sistema político no puede ni debe ser un sistema cerrado y excluyente sino que, por el contrario, debe fluir armónicamente a través de dos subsistemas: el económico estructural y el social interactivo. Porque un país para poder ser NACIÓN, con mayúsculas, debe comprometer a toda su comunidad en una comunión de intereses y de logros, mediante el diseño, la contracción y la implementación de un propósito fraterno. Es lo que los politólogos han dado en llamar “El Estado-visión”.
No es gratuito que todos los indicadores actuales se detectan visiblemente inferiores a los de los años anteriores, Lo triste es que vamos como los cangrejos: cada año que transcurre se ahondan nuestras diferencias. Y en pleno posconflicto vivimos un escenario de suicidas confrontaciones con un mandatario muy devaluado por la calificación de sus gobernados y un jefe de la oposición que su único programa es el la tierra arrasada. Y, como telón de fondo, una atonía oficial para encarar las peligrosas invasiones territoriales de los aun alzados en armas de extensas zonas de antigua influencia de las Farc.
Por todo ello el país no puede equivocarse en la elección de su próximo presidente. Éste debe encarnar un verdadero liderazgo que a la silenciada paz de los cañones se le añada la paz de los espíritus. Hay muchos precandidatos pero aún queda por verse cuál de ellos podrá con la difícil misión de convertir a Colombia en ese Estado-Visión que las circunstancias están recomendando.