Spengler repetía, no era verdad la sentencia liberal, según la cual la sociedad descansa en el “Individuo”. La sociedad tiene como soporte “la familia”. Y la familia colombiana es bien singular. Nuestro hogar marca para siempre al niño o la niña. Es vital en la formación de la personalidad de un individuo, la infancia de su vida. La niña es educada en el sentido de la virtud, de la absoluta represión sexual, de la fidelidad, y sobre todo de la paciencia y de la abnegación.
El contraste con los hermanos varones es notable. Todo lo que le es permitido al varón le es negado a élla; lo que se le perdona al varón, no se le perdona a la niña o adolescente, (fumar, emborracharse, amanecer fuera de la casa). Se inculca que el hombre es hombre, y por este solo hecho, tiene una serie de privilegios de los que carece la mujer. El ejemplo prepotente del padre en el hogar impacta vivamente a la niña y al niño. Se aprende que la misión de la mujer en el matrimonio es comprender, obedecer, tolerar y perdonar. El niño cuando se casa sabe con firmeza que en el plano doméstico el hombre es el gallo y la mujer la gallina. A la niña se le graba para siempre que su destino es ser sumisa, dócil, de buenos modales y de actitudes delicadas.
La familia colombiana es patriarcal por factores históricos, sicológicos, económicos y sociales.
La adolescente o el macho captan el aire de superioridad, que se le inculca al hombre. La hembra es en todo sentido infravalorada. El hombre casi siempre tiene razón, es poderoso, pues es fuerte y debe imponerse; la mujer por el contrario debe siempre aceptar, estar silenciosa. No se ve en los juegos al niño muy mezclado con las niñas y no comparte el mismo gusto en materia de juguetes. Al hombrecito le obsequian pistolas, rifles, cuchillos, balones, carros. A la mujercita la abruman con bellas y delicadas muñecas, pañales y objetos delicados. Los mismos colores juegan un papel importante. Para la niña abundan los rosados, los blancos, los tonos suaves. Para el niño el rojo, el amarillo. El negro y otros tonos afirmativos.
Los mayores mandan a los jovenes a jugar fútbol o simular guerras entre pelotones de plástico. A la niña la mandan a cocinar, lavar, planchar o cargar a los hermanitos de menor edad. Si un niño se aficiona por las muñecas se le califica de afeminado y si una niña resulta con hábitos masculinos se expresa que es un marimacho.
Así se va identificando el niño con el padre, buscará la compañía de hombres y se portará con ademanes varoniles y hasta rudos y crueles. Todo esto conduce al machismo.
El machismo es una forma de auto afirmación, es la manera de demostrar a los demás que vale, que es hombre, (triste confusión: hombre y macho), en una forma tan notoria que en el fondo se advierte una profunda inseguridad, una terrible duda del propio valer, de la propia masculinidad.