Faltan estadísticas, sobran tecnócratas | El Nuevo Siglo
Sábado, 28 de Noviembre de 2020

A veces dudamos del conocido apotegma que reza: La peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras. Jamás puede considerarse democracia la fragmentación del pueblo en pobres y pequeñas empresitas electorales, para convertir los cargos de representación popular en oportunidades de beneficio personal, olvidando los altos intereses nacionales. Democracia es la participación consciente y reflexiva de los pueblos en las tareas de gran interés general para pueblos agobiados de mil problemas que reclaman soluciones rápidas y eficaces.

Son dos cosas muy distintas ser tecnócrata y ser “estadista”. El tecnócrata administra, el estadista gobierna. Gobernar es cuestión de autoridad. Para gobernar se necesita no solo don de mando, sino principalmente visión integral y global de los cruciales asuntos públicos. El administrador, que debe ser de probada honestidad y capacidad, organiza, coordina, establece prioridades, cuantifica y pone todo a funcionar. La administración se refiere a cuestiones limitadas y fragmentarias. El estadista señala metas, ilumina, guía, recomienda soluciones totalizadoras y se hace seguir con fervor por el pueblo agradecido. El administrador señala riesgos, localiza peligros, y se le permite vacilar y dudar. El gobernante visionariamente supera con firmeza toda clase de encrucijadas.

La tecnocracia es el manejo concreto de asuntos prácticos y de rutina. Los conocimientos del tecnócrata son muy restringidos. La tecnocracia con frecuencia no es suficiente y no es muy recomendable para el manejo de temas muy sensibles. Vimos al Ministro Carrasquilla, al inicio de este gobierno, obsesionado con la idea absurda de crear nuevos impuestos. Inmediatamente lo desautorizó públicamente el Presidente Iván Duque. Este episodio aparentemente intranscendente, bajó la adhesión del pueblo colombiano al Presidente de un 60% a un 20%.

Estadistas fueron Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, Carlos Lleras Restreño, Misael Pastrana, Mariano Ospina Pérez.

En el mundo moderno, marcado por la globalización de la economía, los tecnócratas son muy discutidos. Cada día saben menos, de lo “MÁS”. Se les ubica detrás del computador, en un sitio aislado, ignorando lo que sucede en el agitado y tormentoso mundo exterior.

Cuando la “Emancipación”, España con soberbia y arrogancia le confió a un “militarote”, sanguinario y cruel como fue Pablo Morillo, para silenciar y someter a los hispanos, a sangre y fuego. El tema de la libertad del Nuevo Mundo era político y no exclusivamente militar.  Portugal, con sabiduría, negoció y le otorgó la independencia a Brasil, pacífica y civilizadamente. No se derramó una gota de sangre. En cambio, España se arruinó económica y políticamente, armando un impresionante ejército 20.000 hombres, - ¿cuánto le costó? - para acallar bárbaramente a un pueblo resuelto a lograr su libertad. Exterminaron a líderes, intelectuales, religiosos, blancos y negros, poderosos y humildes. Con insolencia dijo Morillo: “España no necesita de sabios”, cuando ese gigante de la ciencia Francisco José Caldas pidió un plazo antes de ser eliminado, para terminar un estudio que beneficiaría a la humanidad.

Así actúan muchos tecnócratas. No ven más allá de su especialización.