FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 15 de Febrero de 2012

Echándole leña al fuego

No hay registros estadísticos para establecer la relación que puede existir entre la violencia intrafamiliar y el matoneo, como se llama la agresividad desplegada por los adolescentes en la escuela con respecto a sus compañeros. Y no existen tampoco para comparar el fenómeno por regiones o por países. Esta sería una investigación productiva, permitiría una aproximación a factores determinantes de estos comportamientos.

Estudios en particular y circunscritos a núcleos pequeños advierten que el desajuste en el proceso de identificación con los padres se traduce en una reacción de agresión o violencia con los sustitutos afectivos. En otras palabras, la imposibilidad moral de agredir a los padres se transforma en una posibilidad de reñir con los compañeros y así lograr un desahogo emocional. Las causas del conflicto con los padres son muy variadas, pero existe aun en niños sanos y la diferencia es solo en intensidad. Estos desajustes, no superados en la adolescencia, suelen convertirse en motivo inconsciente de conflicto con la pareja. El medio ambiente, obvio, en ocasiones, es caldo de cultivo para que ese perfil se agrave mayormente.

El apresurado diagnóstico, resumen de opiniones de psicólogos, psicoanalistas, sociólogos y pedagogos, entre otros muchos profesionales que se preocupan por el tema, apunta a precisar una falencia nacional a la cual tímidamente se han referido los analistas del fenómeno: no existe una política pública que se ocupe del problema de salud mental en el país. Pero claro, ¡cómo se podrían ocupar las autoridades de esta prioridad si escasamente se ocupan de la salud física! Recientemente, un enfermo mental, a quien la población de su entorno reconocía plenamente como tal, agredió brutalmente a un niño causándole la muerte. Seguramente lo van a condenar, porque la única solución a estas endemias, en Colombia, es la cárcel.

Por ahí andan en el Congreso algunas parlamentarias, unidas, buscando endurecer las leyes que regulan los conflictos de violencia intrafamiliar, para estructurar una acción oficiosa de las autoridades que impida que la impunidad cubra el maltrato a las esposas y otras de la misma índole, cuando la víctima decide desistir del castigo. Olvidan las legisladoras que el Derecho Penal es venganza manifiesta y mientras la respuesta a estos comportamientos asociales no se enfoque en terapias más efectivas las únicas consecuencias previsibles serán los actos violentos, empezando por el matoneo.

Un precario estudio criminológico acerca de las secuelas de los procesos adelantados contra los padres que abandonan las obligaciones familiares, “Ley Cecilia”, deja al descubierto que la lesión emocional causada a la prole a causa del proceso penal contra el padre, promovido por la madre, es frecuentemente mayor que el mismo incumplimiento por parte del padre o de la madre.

La rivalidad entre hombres y mujeres ha sido ancestral, pero nunca como ahora. Las competencias que patrocinan el enfrentamiento pueden ser causa de la violencia intrafamiliar. No hay que echarle leña al fuego y sí apagarlo.