Colombia no solo está al borde del peligro: ya comenzamos a recorrer el camino hacia el abismo que una vez engulló a Venezuela. Las señales son evidentes. Gustavo Petro nos arrastra con celeridad hacia el modelo fallido del chavismo, el mismo que destruyó a nuestro vecino, otrora próspero por la riqueza de su subsuelo. En Venezuela, el chavismo acabó con todo, y aunque la dictadura se tambalea, su régimen ha sido su propia ruina.
En nuestro caso, Petro sigue el libreto de sus homólogos venezolanos y no podemos descartar que trate de imitar lo peor. Su llegada al poder estuvo, aparentemente, respaldada por dineros oscuros de las mafias, hipotecando su alma al diablo para conseguir apoyos. Esto explica su permisividad con la violencia que ejercen grupos narco criminales en vastas zonas del territorio. Bajo su gobierno, Ecopetrol, la joya de la corona, atraviesa la peor crisis de su historia, replicando el inicio de la caída de Pdvsa. La seguridad está deteriorada, la economía languidece y la salud pública se encuentra al borde del colapso, augurando un grave conflicto social. Todo esto lo vimos antes en Venezuela.
Petro también ha buscado debilitar las instituciones, como el chavismo, pasando por encima de la autonomía del legislativo y el judicial. Pero lo más alarmante es su aparente intención de erosionar la independencia del sistema electoral, particularmente de la Registraduría, siguiendo el ejemplo de sus aliados o admirados ideológicos.
Su actitud frente al fraude electoral en Venezuela desenmascara su alineación, por cobardía o identidad. Nunca condenó el robo de las elecciones por parte de Nicolás Maduro. Más bien, jugó un papel complaciente: primero pidió que se mostraran las actas para reconocer los resultados, luego propuso un reparto del período presidencial entre oposición y régimen, y finalmente sugirió repetir las elecciones. En todo momento, cuidó de no incomodar a su amigo o jefe, el dictador Maduro.
Para la posesión espuria del usurpador tras unas elecciones fraudulentas, Petro decidió hacerse representar por su embajador, validando implícitamente el fraude descarado. En sus trinos justificó esta decisión con argumentos ambiguos, intentando quedar bien tanto con los colombianos como con el régimen, algo absurdo. Alegó que las elecciones no fueron libres debido a bloqueos, sin tocar a Maduro, desviando la atención de la brutal represión sistemática del régimen.
Incluso tuvo la osadía de culpar al expresidente Iván Duque hasta del éxodo de venezolanos hacia Colombia, afirmando que el hambre en Venezuela era consecuencia del cierre de la frontera y los bloqueos, ignorando los años de opresión y miseria causados por el chavismo. Duque le recordó que fue Chávez quien cerró la frontera y que Maduro expulsó colombianos hasta marcando sus casas. Estos hechos no admiten tergiversaciones.
Ante esta realidad, los colombianos debemos actuar con patriotismo y sin demora. La unidad de la oposición es un imperativo, sin esperar los años que tardaron en Venezuela. El Congreso y las Cortes tienen la responsabilidad de imponerle límites constitucionales claros a Petro. Por su parte, el pueblo debe prepararse para 2026, apoyando a líderes con verdadero interés y amor patriótico, más allá de banderas partidistas.
Colombia necesita figuras con la valentía y claridad de María Corina Machado, sea hombre o mujer. Petro ya conoce el atajo y el escape del chavismo y debemos desde ya cerrarle el portillo, porque, como dice el adagio popular, “vaca ladrona no olvida el portillo”.
@ernestomaciast