HERNANDO GARCÍA MEJÍA | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Enero de 2012

El lío de las tierras robadas

Juan Manuel Santos ha emprendido una de las tareas más nobles, necesarias y, obviamente, peligrosas de su administración. Se trata de la restitución de las tierras robadas a los campesinos en diversas regiones del país, especialmente en las dominadas por las mafias de terratenientes avariciosos y paramilitares y políticos corrompidos, que, como van las cosas, ya no parecen minoría sino aplastante mayoría.
En Colombia, aquel lugar común que indica que la política es el arte de servir al pueblo se ha transformado simplemente en el arte de servirse a sí mismo y no siempre de manera limpia y honesta sino desaforada en la inequidad y el delito. Con el agravante de que en todo proyecto va implícita la heredad o la empresa familiar. Comienza el viejo y siguen los hijos y los hijos de los hijos y así sucesivamente, incluyendo primos, tíos y demás parientes. La torta da para todo y para todos.
Y en el problema de la tierra asoman las cabezotas hirsutas de los caciques regionales, que son quienes mangonean casi siempre el poder central, que finalmente legaliza la rapiña y el despojo.
El presidente Santos, que, en buena hora, ha adoptado la sana y democrática costumbre de hablar claro y de decir las cosas como son, ha declarado que “con trucos legales se robaron 700 mil hectáreas”. Entre dichas posesiones había baldíos y tierras de los campesinos que les fueron arrebatadas a punta de fusil. Esa es la verdad monda y lironda. Y en su desarrollo tomaron parte crucial las notarías, como lo señala Jorge Enrique Vélez.
Era obvio. Sin el visto bueno y las rúbricas notariales el robo o la legitimación habrían sido imposibles. Cuando en pleno octenio purulento empezaba a tratarse el problema, recuerdo que le pinté a un notario amigo su gravedad y él me respondió algo así como que las notarías sólo dan fe de los hechos. Es verdad. Pero también lo es que algunas, al menos, se prestan para la ejecución de delitos como los mencionados. “Trucos legales”. Está claro.
Magnífico que sea el propio Presidente quien hable de semejante iniquidad y que, tomando al toro por los cuernos, empiece a preocuparse de verdad por la historia del campo colombiano, que tanto ha sufrido y tantísimas víctimas ha puesto a través de nuestra convulsionada historia. Que el campo produzca alimentos, bienestar, paz, progreso, equidad y no violencia como siempre.
Si nos lo proponemos con inteligencia, decisión y disciplina, más pronto que tarde podríamos constituirnos en una verdadera potencia agropecuaria en Hispanoamérica. Los países fuertes e importantes del futuro serán los productores de alimentos y los que posean agua. Y nosotros calificamos.