La oportunidad
“Comprobación de que podemos ser un país civilizado”
ACABA de terminar el Campeonato Mundial de Fútbol Sub-20, cuya realización parece que dejó satisfecho a todo el mundo, especialmente a las autoridades de la FIFA, tanto que tuvieron el gesto demagógico de ofrecernos la sede para el Mundial de Mayores en el 2026. Más allá de las zalamerías del señor Blatter y de toda su corte de zánganos que andan gorreando atenciones por todo el planeta, lo cierto es que el país organizativamente cumplió y, deportivamente fracasó, aunque esto último no es ninguna sorpresa.
Los ocho estadios que sirvieron para los diferentes juegos fueron remodelados para ponerlos al nivel del certamen y a fe que todos quedaron tan bonitos que parecen irreconocibles. Algunos, como el de Pereira, pueden terminar desperdiciados si el Deportivo Pereira no logra evitar el descenso de categoría al que se encuentra casi que condenado. Sería el equipo de la “B” con el estadio más lujoso. Otros tienen todavía obras pendientes, como el de Bogotá, cuya ala oriental sigue siendo la misma de siempre, o el de Cali, todavía inconcluso en los palcos y en las cubiertas prometidas.
El Mundial nos dejó escenarios más que decentes, pero también nos quedan los infaltables escándalos de presuntos malos manejos de dineros públicos empleados en el tema. Dos ejemplos de afán: el costo de la remodelación del Pascual Guerrero merece una atenta auditoría, pues parece que salió más caro que la construcción del nuevo Wembley en Inglaterra; y, la ceremonia de inauguración en Barranquilla, que al parecer costó cuatro mil millones de pesos, amerita una revisión. Por muy gordos que estuvieran Juan Piña y algunas de las bailarinas, eso es mucha plata para habérsela gastado solo en comida.
Más allá de los estadios, los escándalos y la frustración de haber sido eliminados por México, la mejor cosecha del Mundial es la comprobación plena de que podemos ser un país civilizado, cuando queremos serlo. La realización de casi todos los partidos con el total del aforo de los estadios copado, en escenarios al estilo FIFA, es decir, sin mallas que separen a los espectadores del campo de juego y sin que se haya presentado ni un solo incidente de invasión o de agresión contra los jugadores o el árbitro, es la plena comprobación de ese nuevo civismo.
Por esa sola razón, los aficionados al fútbol nos merecemos la oportunidad -una, por lo menos- de poder disfrutar los partidos del campeonato nacional en las mismas condiciones que gozamos los del Mundial. El riesgo es alto, pues en mala hora se importó desde Argentina la mala costumbre de las barras bravas, pero corresponde a las autoridades tomar todas las medidas preventivas para que las mallas no sean necesarias.
Si logramos recuperar los estadios de las manos de los violentos habremos dado un enorme paso en la construcción del país civilizado que todos queremos. El experimento es arriesgado, pero las implicaciones de su éxito son tan importantes que bien vale la pena correr el riesgo.
Twitter: @quinternatte