En Bogotá resulta más fácil detectar a un ladrón que a un policía. Hay asaltos de pandillas armadas y en moto. La policía aparece tarde y por la tv. Promete investigaciones exhaustivas que, por serlo, no suelen tener fin. La alcaldesa, una gran desilusión colectiva, está más preocupada en cultivar los intereses de su exjefe político y de los constructores. Aunque ellos también lo merecen, lo cierto es que la población se siente abandonada. Pero ella muy oronda culpa de ello al presidente o a la policía, como si fuera una entomóloga escandinava opinando sobre un hormiguero foráneo.
También el gobierno nacional ha resultado ineficaz, al menos en este aspecto de “proteger la vida honra y bienes de los ciudadanos”.
Cierto, la ineficiencia no es un monopolio de la alcaldesa.
Como en la mayoría de las grandes ciudades y, ahora, las tranquilas poblaciones se ven desbordadas por la criminalidad. Y algunos alcaldes claman protección personal para sí del gobierno.
Colombia ha soportado distintas formas del miedo, ahora ve crecer el miedo de la impotencia ante la criminalidad. Y en las encuestas, eso encabeza las preocupaciones de la asustada mayoría de la población.
El nuevo general encargado de la seguridad en Bogotá no ha tenido un buen comienzo. Ha demostrado amabilidad, pero poca diligencia. Y en el resto del país la procuraduría nacional se queja de la sensación y realidad de un desamparo para la mayoría de la gente. Vale decir, hay una sensación de desgobierno palpable que también se refleja en las encuestas de impopularidad del gobernante, independiente de un mero sesgo partidista.
En las próximas elecciones pareciera que el partido de gobierno será castigado en las urnas en las principales plazas del país. Talvez perderá a Bogotá que fue un bastión de la izquierda democrática hace un año. Hay otros comentaristas que pronostican un peor desastre electoral. De cualquier modo, la inseguridad rampante es un punto delicado al cual el gobierno no le ha dado la dimensión que se merece. Parece no importarle, la verdad.
Desde luego el miedo actual es preferible a la siniestra angustia de que el propio ejército nacional este matando a civiles inocentes como ocurrió durante el régimen de Uribe Vélez. Pero esa infamia, la peor que ha tenido nuestra historia, y la peor que ha tenido nuestro hemisferio quizá pese algo menos, en la motivación de los votantes. Ellos, en especial los “progresistas” miran más que todo hacia adelante. Y no se les augura un inmediato futuro promisorio. Sobretodo dada la inflación, no disimulada.
La izquierda es un aire nuevo en el ambiente viciado de los contubernios tradicionales. Eso no más sería suficiente para recomendarla en perspectiva democratica de largo plazo. Esa novedad se lleva a cabo precisamente por personas sin experiencia en el manejo del estado. Y su tono exaltado en el ánimo de la protesta contra lo establecido, de súbito se encuentra con que ellos, se supone, son la respuesta. Y que deben gobernar. En fin, responder.