Estado tomado
Hay algo podrido en la sociedad colombiana, algo que se echó a perder y que, sospecho, se demorará años en recuperar. No es normal que en un día cualquiera las noticias siempre hagan referencia a políticos involucrados en corrupción, políticos enfrentados contra otros políticos y despilfarro de dineros públicos en favor de unos pocos canallas.
El Estado, tal y como lo conocemos hoy, ha sido tomado. La Justicia, la libertad y el orden son la fachada tras la que se esconde una mafia política que actúa con desconocimiento total del resto de la población. Mientras que la sociedad de a pie se limita a subsistir, la clase política ha formado una nación paralela, endogámica y viciada hasta sus más profundas raíces.
Los favores políticos, la burocracia y el fin de la meritocracia son el quehacer diario de ese segmento subversivo que ha logrado enquistarse en el aparato estatal colombiano y lo ha convertido en su eterno manantial de beneficios.
El ejercicio político se ha convertido en un “costurero” en el que unos pocos deciden el rumbo de sus próximos a expensas de la vida de la mayoría. Así las cosas, los colombianos parecemos más esclavos que ciudadanos.
Trabajamos, pagamos impuestos, retenciones, sobrecostos y todo lo que el Estado considera necesario. Aun así no tenemos mayores derechos y el producto de nuestro trabajo se convierte en la coima que mantiene a cuerpo de rey a aquellos que lograron hacerse al “poder”.
Que quede claro, no se trata de un tema de derecha o de izquierda. La ideología murió hace años, el día en que el poder se convirtió en un título que se hereda por mérito genealógico y no por la capacidad o el interés. Nuestros políticos, parásitos de convicción, no gobiernan por votos sino por cabezas. Al mejor estilo de una finca ganadera, gana quien más cabezas de civiles posee y no quien convence a la mayor cantidad de ciudadanos.
Sin embargo, lo aterrador no es que existan ególatras, ladrones o narcotraficantes. Lo realmente triste es que la voluntad civil está tan diezmada como la voluntad de los esclavos en la Colonia.
Nadie, absolutamente nadie, entiende como tráfico el malestar de la política colombiana. Por el contrario, todos vivimos como si la ausencia de derechos, de infraestructura y de dignidad fuera una condición natural de nuestro país. Algo por lo que no amerita luchar.
No es culpa de los dirigentes que nos enseñan a pisar al otro para vivir, ni de las Farc que nos enseñaron que cualquiera se puede autoproclamar como la voz de alguien y al tiempo ser su verdugo, tampoco es culpa de Pablo Escobar que sembró la semilla de la porquería y la corrupción.
Culpa de nosotros, que somos incapaces de reconocer nuestra realidad, y seguimos pensando que la situación de hoy es la vida tal y como la merecemos.
@barrerajavier