JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Junio de 2014

La prisión de Leopoldo López

 

Cuando  murió Nelson Mandela hace sólo unas semanas  muchos de nuestros columnistas eminentes, pero muy en especial aquellos que se rasgan las vestiduras como adalides del liberalismo universal, se dolieron recordando los años de prisión del líder sudafricano. Estos mismos columnistas resolvieron encontrar a miles de kilómetros el ejemplo de la reciedumbre democrática y el valor civil.

Estos mismos  -los que una y otra vez excusan los crímenes provenientes de la insurgencia izquierdista- sólo ven prisioneros políticos en el mundo actual allende los mares y dentro de ciertos filones filosófico-políticos.

Aung San Suu Kyi, opuesta por ejemplo a una férrea casta militar. Y en el pasado Antonio Gramsci, encarcelado 8 años, o Mahatma Gandhi, o Emma Goldman, o Bertrand Russell, si les alcanzan los conocimientos históricos. Ciertos defensores de la democracia y con mayor razón si se han opuesto a regímenes de la izquierda populista no califican como prisioneros políticos dignos de solidaridad y compasión. Para ellos sólo el olvido vergonzoso en que buen especialista es el liberalismo radical.

Tal es el caso de Leopoldo López, grande de Venezuela, hoy en las mazmorras carcelarias por obra del régimen de Nicolás Maduro. Tanto el gobierno de EE.UU. como la Unión Europea han documentado extensamente las acciones tomadas contra López. En 2005, López fue suspendido de toda actividad política futura una vez concluido su período como alcalde de Chacao en virtud de acusaciones acomodaticias auspiciadas por el propio Hugo Chávez. Los cargos fueron parte de una estrategia de Chávez para eliminar del escenario un líder colmado de brillo y carisma.

En 2006 Leopoldo López estuvo  a punto se ser asesinado dentro del campus de la Universidad de Carabobo. Preguntó entonces Los Angeles Times: ¿Qué hacían 20 hombres con armas de combate dentro de un centro de educación superior y por qué fue asesinado su único guardaespaldas? Investigaciones subsiguientes revelaron que los veinte militares hacían parte de la guarda pretoriana de Chávez.

Leopoldo López participó muy activamente en las movilizaciones callejeras que dieron lugar al golpe de Estado de abril de 2002 y desde entonces se convirtió en una obsesión malsana para el presidente Chávez quien receló no simplemente sus dotes personales excepcionales sino sus vínculos de sangre ciertos y comprobados con Simón Bolívar, cuya memoria ha estado sujeta a los sacrilegios, falseamientos y maldades continuos del chavismo.

La lucha de Leopoldo ha persistido durante casi catorce años, viva y redoblada. A principios de este año lideró de nuevo las protestas en Caracas. Un juez de bolsillo le dictó el pasado 20 de febrero una orden de detención preventiva en su contra en respuesta  a cargos formales de incendio de edificio público. Fue internado en la cárcel de Ramo Verde, centro de detención militar a las afueras de Caracas. Un inmenso plebiscito en su favor se expresó en los medios internacionales.

Aministía Internacional y Human Rights Watch acusaron directamente al presidente Maduro de estar detrás de la privación de libertad de López. Prisionero de conciencia duerme en una cárcel venezolana dijo The New York Times, para cuyas páginas editoriales escribió un artículo estructurado hace dos meses donde declara el fin para efectos prácticos del Estado venezolano.

Como ignominia mayor leerán los historiadores del futuro este silencio insolente de Colombia frente al padecimiento de un grande del país hermano. Medios y el próximo gobierno tendrán que revaluar los límites entre no intervencionismo y adhesión al valor supremo de la libertad que nos entregó Bolívar.