Pronto cumpliremos una década desde que concluyó la bonanza de las materias primas, marcando el inicio de un nuevo capítulo en la historia económica de Latinoamérica. Nuestros países se habían acostumbrado a generar prosperidad a partir de las exportaciones de materias primas, desde los campos petroleros de sus mares y llanuras hasta las altas cumbres andinas ricas en minerales. Al colapsar los precios de estos productos entre 2013 y 2016, la región se vio obligada, por primera vez desde los años noventa, a escoger entre el desarrollo sostenible, el estancamiento, o en el caso venezolano, el retroceso más catastrófico de la historia de las Américas.
Con datos del Banco Mundial, disponibles hasta el año 2021, hoy podemos determinar cuáles países lograron adaptarse a las nuevas circunstancias. El Producto Interno Bruto per cápita no extractivo mide la producción económica de un país dividida entre sus habitantes, luego de descontar la proporción de esta que corresponda a las rentas de materias primas. Empleando esta medida, de las seis economías más grandes de la región, sólo Brasil y Argentina sufrieron retrocesos del 7.1% y el 7.8%, respectivamente, entre 2011 y 2021. Ambos países, condenados por el proteccionismo, la intervención estatal irracional, el gasto irresponsable y el populismo desenfrenado, vivieron una segunda década perdida.
México y Chile, en cambio, vieron tasas de crecimiento acumuladas del 7-9% a lo largo de la década. Ninguno de estos países vivió los excesos de Brasil o Argentina, pero ambos experimentaron con gobiernos del Foro de São Paulo con suficiente gobernabilidad para aprobar políticas públicas contrarias a la confianza inversionista y el desarrollo económico. Con un crecimiento del 19%, fue mucho más exitoso el Perú. A pesar de que tanto Ollanta Humala como Pedro Castillo se perfilaron como gobernantes peligrosamente populistas, el poder legislativo ha logrado minimizar la capacidad del ejecutivo de deteriorar la institucionalidad económica. Entre los vecinos de Colombia, no encontraremos en la actualidad un ejemplo más admirable de perseverancia republicana ante los tiranos en potencia que el peruano. Tal vez por eso nuestro presidente, tan generoso con la dictadura venezolana, es tan hostil a la república peruana.
Sin embargo, entre 2011 y 2021, Colombia logró crecer aún más, alcanzando el 23%. Ninguno de sus mandatarios siquiera pretendió amenazar el modelo económico, lo que permitió un ambiente de estabilidad superior al de nuestros países vecinos, incluso considerando la inestabilidad jurídica que rodeó el proceso de La Habana, el lastre del narcoterrorismo y la creciente violencia política. Demostramos que el crecimiento sostenible no se logra destruyendo a las industrias extractivas, sino aprovechándolas para construir condiciones bajo las cuales los demás sectores pueden crecer más rápido que ellas. No fueron los años más prósperos de nuestra historia, pero fue un periodo en el que logramos brillar por nuestra resiliencia.
El 2023 será el primer año completo desde que el país decidió dejar de ser excepcional. Hace un año, los colombianos estaban inconformes con un crecimiento económico del 7.5%. Hoy, hay quienes pretenden que estemos satisfechos creciendo menos del 1%. Las causas fundamentales del problema son evidentes y no solamente es un problema económico, sino también espiritual. Una sociedad en crecimiento es optimista y generosa, mientras que el estancamiento atrae el pesimismo y el rencor.
Debemos recuperar el rumbo, y luego de detener la gangrena, debemos volver a imaginar nuevos potenciales, motivados por la pujanza que siempre nos ha caracterizado.