En una ocasión un presidente colombiano intento aligerar los pagos de un instituto. Pagos que requerían la increíble cantidad de 76 pasos previos para efectuarse. Expidió el decreto, el número de pasos se incrementó. ¿Qué había pasado? Que los funcionarios al parecer confundidos, aplicaban el nuevo decreto sumando lo del anterior. Adicionaban cuando deberían sustituir. Se nutren de las confusiones, los burócratas. En ellas pelechan, su objetivo es perpetuarse hasta el próximo mandato.
La burocracia es la oposición de cualquier gobierno, en cualquier latitud. El cambio fundamental que este no impulse en sus primeros cien días en función, no cuajará a la larga. La tortuga burocrática derrotará a ese Aquiles. Utilizará la inercia y la información para perpetuarse. Y quien no ha gobernado se enredará en sus laberintos. Y terminará por aclimatarse a su amodorrado cronometro. Mientras más leyes se expidan más tupida se torna la madeja.
Contaba con gracia el historiador Jaime Jaramillo Uribe de un ministro desesperado con la secretaria que le habían adjudicado, hacia las cosas al revés, pero estaba cobijada por la carrera administrativa y no la podía cesar. La llamó a su despacho y le pidió que renunciara, ella muy oronda le contestó: “No doctor, yo no tengo esa maña”.
Y sin embargo tienen la maña de adaptarse o como dicen “de acelerar la demora”. Además, su comunicación con las roscas de su entorno es inmediata como las de las feromonas que expelen las hormigas para reconocerse entre sí y saber que evitar.
A un amigo, lo citó el presidente de entonces para ofrecerle un ministerio. Acordaron mantener el asunto en estricta reserva mientras este no conversará con el antecesor. Se fue temprano al despacho cuando aún no habían abierto las puertas al público a hablar con el ministro saliente. El portero muy solicito le abrió las puertas, lo acompañó al ascensor y le dijo, ¡que tenga muy buen día señor ministro! Sí, las feromonas noticiosas de sobrevivencia funcionan… Y cuando años después el amigo renunció al cargo, el mismo portero no lo saludó, ni le abrió la puerta. Él hacía parte del aparato permanente, y no del efímero juego democrático. El amigo en la calle tomo un taxi.
A pesar del legalismo colombiano, no hemos sido capaces de escribir un libro sobre sobre nuestro sistema judicial, su forma de funcionar, sus fallos trascendentales, sus limitaciones, acciones y omisiones.
Eso facilita que, desde luego, los burócratas prosperen. Para que un trabajador cualquiera pueda pensionarse le exigen enfrentarse al estado. Lo obligan a ponerle una tutela con abogado. De otro modo no le dan la información sobre su trabajo cotizado. Podrían responderle fácilmente, ese dato está a la vista. Pero el burócrata de turno lo remite al sistema sobre cargado del aparato judicial para obviar su propia obligación. Ejercen, en suma, una pedagogía para que el ciudadano desconfié de ese estado, es decir empollan un dragón y nadie parece percatarse. Con esas mañas la perene burocracia se perpetua.