La historia como crónica del pasado no es buena historia. Mirando hacia atrás se petrifica lo viviente. Matándolo. Congelándolo.
La incertidumbre que el viviente tuvo deviene, en ese tipo de relato, en fatalidad de lápida. Es incapaz de revivir la pasión que hace del jugador, un tahúr. Que hace del emprendedor un héroe o un iluso. Es la vida misma la que se le escapa. Captar el momento exige revivir el momento anterior de las personas vivas que lo sufrieron o lo hicieron posible, no es un relato de frías causas y efectos. No se puede bailar un algoritmo. Si lo fuera, la vida sería plana y el porvenir solo una extrapolación del pasado en un progresismo lineal.
En cambio, la historia del arte exige tener en cuenta la vital subjetividad de sus autores, el alma de su devenir único e irrepetible. De otro modo nuestra vida quedaría reducida a la trivialidad de la anécdota o a la insignificancia de la cifra. Aún no se ha escrito la historia que reviva la mutación y el cambio de las sensibilidades en el tiempo. El historiador versado necesita de una fuerte imaginación, la más científica de las facultades según Baudelaire, para captar ese espíritu. En el siglo pasado Oswald Spengler postuló esa necesidad. Y lograba equiparar la correspondencia de la música de Bach con el cálculo infinitesimal. Y tomar prestado de la biología el método analógico de nacimiento, crecimiento y muerte natural, al comparar entre sí distintas civilizaciones, como si fueran árboles, con notable resultado.
Toynbee continuó con ese hallazgo sin desde luego reconocerle nada al historiador de un país vencido. Los ingleses en eso no suelen ser magnánimos. Creen que su deber patriótico es disminuir el valor de sus adversarios pasados sean estos alemanes, españoles o católicos. Es raro el historiador de Oxford que no se delate al menor descuido de cuál de sus pies cojea. Son capaces de escribir una historia de la humanidad y solo mencionar al gran imperio español refiriéndose a la importación de papas… Ahora cuando las decadencias de las potencias anglosajonas entran en un ciclo spengleriano que delata sus falencias, se hace más protuberante la ausencia de una capacidad autocritica comparativa.
Estados Unidos todavía hace aportes importantes en biología, neurología, y las nuevas ciencias afines a la actividad digital, pero en historia universal, en filosofía y en general en humanidades, da grima. Toynbee con la Royal Society detrás, logró comparar las 21 civilizaciones que conocemos. Muestra como las religiones son constantes semillas de cada una de ellas, y sin las cuales estas tienen el defecto de no existir. Sus extensos y certeros tomos están imbricados en esa dialéctica, como lo había planteado el omitido Spengler años antes. Y dicho sea de paso este murió de un infarto fulminante, cuando se enfrentó al nacional socialismo.
En un planeta globalizado y dividido, la historia da una perspectiva que nos permite decidir hacia donde queremos ir. Sin erigirse en una solucionatica.